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26 febrero 2009

Entre fogones

Aunque rozamos ya el final de las nevadas y los tiempos de intenso frío, aún estamos a tiempo de comernos un majar propio de nuestras tierras, unos buenos judiones de la Granja o unas maravillosas fabes asturianas (cada cual que elija el caldo con que regarlas, pero un buen Ribera del Duero o una sidrita creo que son buenas opciones para cada uno de ellos). Sí, ya sé que esta manera de empezar un post no es la más ortodoxa, y menos aún, cuando se trata de unas comidas que acarrean un serio peligro olfativo posterior para nuestra compañía. Pero ¿quien puede resistirse a estos manjares?

No es de extrañar que a estas alturas, queridos lectores, penséis que estamos rozando la locura, al tratar temas gastronómicos en nuestro portal. La razón es bastante sencilla. Existe una conexión entre las judías y la malaria, y por descartar posibles opciones que os vengan a la cabeza, no es por eso del origen del término “malaria” como “mal aire”.

En la actualidad, existe un patrón de distribución curioso de una enfermedad conocida como la anemia falciforme. Esta enfermedad de origen genético, por simplificar diremos que, produce una anormalidad de los eritrocitos (glóbulos rojos) en las personas que lo sufren, lo que desencadena una deficiencia en su respiración. Pero, como otras muchas cosas no todo es malo, ya que esta enfermedad hace que los individuos que la sufren disminuyan su probabilidad de ser infectados por malaria. Ante este evaluación de costes/beneficios, no es de extrañar que donde existe malaria, existe una mayor abundancia de personas con esta enfermedad. La razón simplemente es que la malaria, una de las primeras causas de muerte en aquellas zonas donde es endémica, encuentra mayores facilidades para infectar aquellos individuos sin anemia falciforme. Y el resultado final, es un marcado solapamiento entre la ocurrencia de esta enfermedad y las zonas endémicas (o endémicas hasta épocas recientes) de malaria.
Pero volviendo al tema de nuestros orígenes de esta entrada, existen personas que no sólo sufren de los “costes” frecuentes de la ingestión de las habas, sino que tienen un problema añadido, padecen de favismo. Aunque pudiera resultar algo extraño no lo es, ya que existen cerca de 400 millones de personas que sufren esta enfermedad. El favismo es una deficiencia enzimática heredada de la síntesis de G6PD (Glucosa-6-fosfato deshidrogenasa). Esta enzima es una herramienta de defensa de los glóbulos rojos frente a los radicales libres, curiosamente unos “elementos” que se liberan en gran medida con el consumo de las habas. De este modo, los eritrocitos de aquellas personas con favismo, sufren por un consumo excesivo de habas. No obstante, lo curioso del tema va más allá y es que la deficiencia de la enzima G6PD supone un cierto impedimento para los parásitos de la malaria para infectar los glóbulos rojos. Esto hace que, como en el caso de la anemia falciforme, el favismo, presente una mayor frecuencia en aquellas áreas endémicas de malaria. Pero lo curioso del tema va más allá, y es que las habas, al liberar esos radicales libres en el torrente circulatorio de aquellos que las consumen, hacen que los eritrocitos de aquellas personas que no presentan favismo, sean un lugar menos propicio para ser infectados por malaria, suponiendo, a la postre, una cierta ventaja frente a la infección por este parásito mortal.

Así que ya lo saben, ante situaciones de riesgo, aparte de la profilaxis, siempre viene bien tomarse unas buenas judias y al terminar, un gin-tonic, por aquello de que la tónica tiene quinina…

Para saber más es muy recomendable la lectura de: Moalem y Prince. 2007. La ley del más débil. Ed. Ariel.

21 noviembre 2008

El atractivo de los Harrijasotzaileak (o ¿por qué levantan piedras algunas aves?)

Cuando uno observa la naturaleza no puede dejar de encontrar ciertas similitudes entre el comportamiento animal y el humano (siendo conscientes de que también somos animales…). Un ejemplo muy significativo puede ser el levantamiento de piedras, un deporte clásicamente identificado con ciertas tradiciones como en el caso de los vascos (ver). Desde cualquier prisma, esta es una considerable demostración de fuerza, pero que como se puede imaginar el lector, parece que no ser exclusiva de los humanos ya que diferentes especies de aves son capaces de recolectar y mover piedras, al menos, durante ciertas fases de su ciclo vital (principalmente, en el periodo reproductor).

Las razones de estos comportamientos pueden ser diferentes en función de las especies estudiadas. Así por ejemplo, en el caso del pingüino barbijo se encuentra que esta especie realiza un acopio importante de piedras durante su estación reproductora con el fin de crear sus nidos. Las piedras en esta especie suponen, por lo general, un recurso limitado que obliga a las parejas reproductoras a competir entre ellas por hacerse con un acopio adecuado de este elemento. La importancia de estas piedras en la construcción de los nidos se puso de manifiesto en diferentes estudios experimentales. Así, por ejemplo, cuando los investigadores disminuían el tamaño del nido encontraban que estas parejas volvían a incrementar el tamaño del nido hasta alcanzar tamaños similares a los originales. Pero ¿para qué necesitan las piedras? ¿Por qué de ese comportamiento casi maniático por recolectar piedras? Para entenderlo correctamente hay que ponerse en situación. En la Antártida, las condiciones climáticas pueden ser con facilidad lo suficientemente adversas como para acabar drásticamente con la viabilidad de la prole, máxime ante situaciones de riesgo de inundación del nido por excesivas lluvias o nevadas. De acuerdo con ello, ciertos investigadores desarrollaron un ingenioso experimento en el que crearon tres grupos experimentales, parejas control, parejas con nido reducido y parejas a las que además de reducírseles el tamaño del nido se les rodeaba con nieve, con el fin de inducirles una sensación de riesgo de inundación. De acuerdo con la hipótesis de partida, se observó un considerablemente mayor aumento del tamaño del nido en estas últimas parejas, incrementando, de media, en 5 kg el peso del nido. Por tanto, en este caso, los pingüinos parece que necesitan las piedras para poder llevar a buen fin su reproducción.

No obstante, llegados a este punto, el lector podría correctamente argumentar que este comportamiento podría entenderse más bien como la belleza del albañil y no del levantador de piedras como sugiere el título de esta entrada, entonces, ¿acaso hay más? Fácilmente podríamos concluir que sí. Otro ejemplo curioso que encontramos en la naturaleza (y más ligado con el título) es el caso de la collalba negra, una especie que podemos encontrar en la Península Ibérica. En esta especie se observa un comportamiento curioso de acarreo de piedras que parece no ligarse directamente a la viabilidad del nido. ¿Entonces, para qué gastar energía en transportar piedras? La explicación podría considerarse como una exhibición de carácter sexual posterior al emparejamiento por el cual los machos podrían indicar a sus parejas de forma honesta su estado de salud. De acuerdo con ello, en una serie de estudios los investigadores comprobaron que el acarreo de piedras era una actividad costosa para estas aves en la que solo los machos que gozaban de una mejor condición inmunitaria eran capaces de transportar las piedras de mayor tamaño. Esto es fácil de entender considerando que las piedras pueden pesar un cuarto del peso total del individuo (...extrapolen sus cálculos...). Según esto, la actividad del acarreo de piedras puede dar una pista a la pareja reproductora sobre la calidad del cónyuge, en base a lo cual, puede modular la inversión realizada en la progenie. Los resultados encontrados parecen apoyar esta posibilidad. Además, en las descripciones del comportamiento se observa como las hembras permanecen mirando a los machos mientras estos realizan el acarreo de las piedras, llegando en algunos casos a coger esas piedras ellas mismas y soltarlas nuevamente como una comprobación de primera mano de su peso, traducido a nuestro lenguaje, algo así como, que no me den gato por liebre.

Cuando un aprende sobre estos comportamientos no deja de venirle a la mente la posibilidad de que si las demostraciones de fuerza estereotipada en los hombres ante la presencia de féminas no dejan de ser demostraciones desde nuestro lado más salvaje. Siguiendo el estereotipo de las películas, para “ligar” ya hay que aparcar las flexiones en la playa, mejor llevar con nosotros una enorme piedra. Cuanto menos, sería gracioso, ¿no les parece?

Para saber más (fácilmente accesible y en castellaño, con referencias a las publicaciones originales):

Enciclopedia virtual de los vertebrados españoles (Collalba negra).

Fargallo, J.A. 2003. Presencia y ciencia española en la Antártida: la investigación del pingüino barbijo. Apuntes de Ciencia y Tecnología 8: 31-42.

Imagen obtenida de aquí.

17 julio 2008

¿Quién gana con el divorcio? Un estudio en la naturaleza.

¿Quién gana más cuando una pareja se divorcia y se generan nuevas parejas? ¿El macho o la hembra sale beneficiado? Estas mismas preguntas se la han planteado unos investigadores del Instituto Max Plank de Ornitología, porque estudiar las ventajas e inconvenientes del cambio de pareja también es posible en animales. Esto mismo les debió parecer a Mihai Valcu y Bart Kempenaers, fruto de lo cual han publicado un interesante trabajo en Animal Behaviour (1).

Y es que cuando nos enfrentamos a problemas de este tipo son muchas las posibilidades y preguntas que, como las expuestas al principio, podrían invadir nuestra mente. Una de las primeras dudas que nos surgen a todos serían aquellas referidas a las causas del divorcio. ¿Por qué querrían cambiar de parejas las aves? Parece lógico pensar que una de esas causas podría ser un bajo éxito en el anterior periodo reproductor. Un fracaso en la crianza de los polluelos en un año parecería una causa suficiente para intentar mejorar la suerte en el año siguiente. A pesar de ello, los resultados de este estudio no parecen apoyar esta posibilidad, posiblemente debido a que tanto las aves divorciadas como aquellas de parejas que permanecieron juntas al año siguiente deberían estar formadas por animales en buena condición, pues en ambos casos habrían sido capaces de sobrevivir todo invierno hasta la siguiente época reproductiva. Pero los investigadores no se pararon ahí, afortunadamente. Novelando un poco la historia, es posible que uno de los investigadores le comentara al otro, oye, si uno cambia es para mejorar ¿no? ¿les pasará esto mismo a nuestros herrerillos con sus divorcios? Cuando los investigadores del estudio testaron esta posibilidad con sus datos observaron algo sorprendente. Resulta que para el caso de las aves parece que hay diferencias entre los sexos, así los machos divorciados se emparejaron con hembras de mayor tamaño (referido a la longitud de su tarso) que las que tenían en el “matrimonio” anterior, mientras que las hembras en sus nuevos emparejamientos no elegían machos más viejos ni de tallas mayores.

Lógicamente la historia no podía parar ahí. Y después de saber esto, la siguiente pregunta era obvia. Entonces, ¿el cambiar de pareja a las aves les beneficia en algo (ese algo, en este caso debía esta referido al cambio en términos reproductivos? Una nueva pregunta y una nueva sorpresa, en este caso de mayor envergadura. Como decía la canción, “depende”, todo depende del sexo de las aves. Así mientras que los machos aumentaron el número de polluelos volantones que fueron capaces de criar, las hembras sufrieron un drástico descenso con relación al año anterior. Rompedor. Así es como podría considerarse este resultado, al menos, de acuerdo con los conocimientos previos que se tenían sobre las consecuencias del cambio de pareja en la naturaleza. En general, a las hembras se les atribuía el roll de actores en los cambios y a los machos el de meras marionetas, pues generalmente, tras un divorcio y cambio de pareja, se observaba un beneficio reproductor para las hembras mientras que los machos no presentaban ventajas aparentes. La diferencia con estudios previos parece deberse a que en este caso los autores fueron capaces de separar dos efectos que, de modo general, afectarían al éxito reproductor tras el divorcio, como son, el propio cambio de pareja y el cambio de área de ocupación. Así, cuando una pareja se separa, no solo se cambia de compañero sino también de lugar, lo que en términos naturales, podría incrementar los recursos disponibles a su alrededor. La posibilidad de incremento del éxito reproductor de la hembra debido a dispersión es una posibilidad que los propios autores apoyan en su estudio. De este modo, los autores concluyen que el divorcio “per se” es un comportamiento ventajoso para los machos de esa especie en oposición a las hembras. Alternativamente surgieren la posibilidad de que los machos no sean ellos mismos los que deciden divorciarse, sino que las hembras de mayor tamaño con las que a la postre se reproducen sean capaces de competir con la pareja original de estos machos, forzándolas a abandonarlo. Según esto, se terminaría por generar una pareja nueva con una hembra que, por ser más grande (por así decirlo, mejor), tiene un mayor éxito reproductor. Esta alternativa colocaría a los machos nuevamente como meros seguidores de la historia, siendo las hembras las que escriben el nuevamente el guión.

A mi durante la lectura del artículo me resultaba casi imposible la lógica tentación de colocar mujer y hombre en el lugar de hembra y macho. Quizás, si uno se abstrae de las obvias diferencias entre humanos y aves, estos estudios podría darnos una ligera idea de cómo podría funcionar un sistema ajeno a condicionantes culturales como religión, etc. Hagan un esfuerzo y colóquenos en su lugar… Pequen por una vez de antropocentrismo, pero sin pasarse.

(1).- ANIMAL BEHAVIOUR, 2008, 75, 1949-1963

Autor de la litografía: Carlos Mérida

Autor de la fotografía: Vicente Javier Moreno García

02 julio 2008

Tramposos de cine.

Hace días tratábamos el tema de las mentiras en la naturaleza y curiosamente el próximo día 10 de Julio se proyectará en Madrid un documental que nos puede dar una ligera idea de ello. Bajo el título de “Tramposos” podremos encontrarnos con un documental que según reza el anuncio del documental trata sobre “…especies, extraordinarias, [que] utilizan tales técnicas [de caza] para engañar a sus presas que podríamos describirlas en verdad, como auténticas trampas vivas... a estos bellos monstruos de la caza, les hemos llamado cariñosamente, ¡Tramposos!”. Además de la proyección del documental, habrá una mesa redonda con la presencia del propio director de la película (Álvaro Mendoza) y el etólogo Rubén Molina.

Un buen plan para estas fechas de tanto calor.

Más información, aquí.

19 junio 2008

La eficacia del mentiroso

El engaño es una cualidad tan ligada a nuestra condición humana como al resto de la naturaleza. Nosotros nos vestimos con ropas más anchas cuando queremos ocultar un michelín descarriado, nos maquillamos o nos ponemos tacones u hombreras cuando queremos ocultar ciertas imperfecciones de nuestra piel o aparentar un tamaño corporal mayor. Siempre un intento por engañar al otro. Y es que esta actividad de engañar está perfectamente definida en el diccionario como “inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas” con la salvedad de que no solo “alguien” sino “algo” (un animal) puede ser el ser engañado.


En la naturaleza nos encontramos con esta condición, no solo entre los animales, sino también entre las plantas. Ya en otros apuntes tratábamos la perfección de la orquídea para asemejarse a su insecto polinizador y “robarle” cópulas en su propio beneficio. En otros casos, algunas especies animales mediante un mecanismo de mimetismo se hacen pasar por especies peligrosas cuando en realidad son organismos incapaces de producir el más mínimo daño. En todo caso, algo así como una usurpación de la identidad con el fin de engañar al otro. Lógicamente, la dinámica del sistema tiene que provocar una presión selectiva que tienda hacia la perfección del engaño en el individuo mentiroso y dotar de las máximas capacidades para discernir entre lo real y la mentira en el individuo engañado. Y es que en esta coevolución entre los organismos son muchas las variables que pueden entrar en juego resultando en un balance de costes y beneficios asociados al acierto o fracaso en la detección de la mentira tanto por parte del mentiroso como del receptor. De este modo, parece una buena estrategia mentir de vez en cuando, como haría un buen jugador de mus, marcando un farol en ciertas manos pero sin hacer uso continuado de la mentira, pues sin duda, este terminaría siendo pillado. Así, en sistemas de señalización, parece posible que la posibilidad del engaño y la veracidad alcance una situación de estabilidad (1).


Pero hay que continuar un poco más allá. Y es que a nuestro nivel, una de nuestras debilidades como mentirosos es que somos conscientes de esa mentira y, en la mayoría de los casos, nuestro cuerpo no es capaz de ocultar ese malestar. Son muchos los jugadores de cartas profesionales que utilizan gafas oscuras para ocultar sus ojos a sus oponentes. Y es que nosotros mismos, no al estilo de Pinocho, pero sí a través de nuestros ojos con su movimiento o el sudor de nuestras manos damos pistas de nuestra condición de mentirosos (en referencia a la eficacia de esto ver) o mediante pistas verbales, lo que nos convierte en presa fácil ante otros. Pero, ¿y si fuésemos capaces de ocultarnos a nosotros mismos nuestra mentira, creyéndonosla a pies juntillas? Así llegamos al autoengaño. Trivers argumenta que el autoengaño es un mecanismo seleccionado para hacer más útil el engaño. Desde luego, aún siendo peligroso por creernos algo irreal, mediante el autoengaño podemos mentir con una mayor capacidad de convicción. Cuando empecé a meditar sobre ello no pude parar de reflexionar sobre las religiones y el bombardeo de muchos aquellos que creen en un dios. Quizás, en ellos, el autoengaño también sea una buena herramienta para inducir esa corriente de opinión social. Desde luego, no deja de ser, al menos, curioso.


Por favor, lean este resumen de una conferencia de Trivers sobre el autoengaño y un experimento que se expone.


(1) Rowell et al. 2006. Why Animals Lie: How Dishonesty and Belief Can Coexist in a Signaling System. Am. Nat. 168: E180–E204.

En cursiva aparecen cambios posteriores a la primera publicación.

09 mayo 2008

Aquí huele raro. Yo no paso.

El olfato es un importantísimo mecanismo de detección en multitud de animales. Mediante su olor, las especies son capaces de discriminar entre alimentos, pero además está involucrado en el reconocimiento de individuos o en la orientación. Pero, estos son solo unos pocos ejemplos, pues el olfato en multitud de animales es un herramienta vital que está estrechamente relacionada en la interacción depredador-presa, en la cual, el depredador puede servirse de su olfato para detectar a su presa y por su parte, este puede servir a la potencial presa para evitar ser depredada.


Multitud de estudios en diferentes especies de vertebrados e invertebrados han puesto de manifiesto el papel del olfato en la depredación, pero sorprendentemente las aves apenas han sido empleadas como modelo de estudio. ¿Por qué? ¿Acaso las aves no son capaces de oler? Recientemente, un estudio a puesto un poco de luz a este problema (1) y la respuesta parece ser clara, las aves sí pueden oler a sus depredadores. En este estudio, los investigadores utilizaron el olor de un mustélido para detectar aquellos mecanismos comportamentales que tuviesen unas pequeñas aves forestales (el herrerillo común, Cyanistes caeruleus) que habitan en cajas nido. El diseño experimental englobaba un total de tres tratamientos diferentes, un grupo de nidos a los que se les añadía el olor del depredador, un grupo control a los que se les añadía el olor de un no depredador (en este caso, de codorniz) y un segundo grupo control a los que se les añadía el olor del agua (control absoluto, sin olor). Para demostrar una posible respuesta en las aves ante estos olores en los nidos, se realizó la filmación de los nidos durante el periodo de cebas de los polluelos, observándose que aquellos nidos en los que olía al depredador aumentaba el tiempo que transcurría hasta que los adultos empezaban a entrar en sus nidos a la par que el tiempo de permanencia de los padres dentro del nido disminuía considerablemente frente a los otros grupos control. A pesar de ello, la cantidad total de veces que los adultos entraban a cebar a sus polluelos o el crecimiento total de los mismos no se vio afectado por el tratamiento. Según esto, en presencia del olor del depredador, los adultos cebarían a sus polluelos a una mayor velocidad, de modo que el crecimiento total de sus polluelos no se vería afectado. Nuevamente, aquí nos encontramos con un ejemplo de evaluación de costes-beneficios, tan frecuentes en la naturaleza. Cebar o no cebar a los polluelos ante el riesgo de ser depredado. Pero, una vez decididos a entrar, hagámoslo deprisa. Lógicamente, esta estrategia tiene que suponer ciertos costes en las aves, como una aceleración del metabolismo del adulto, quizás un peor reparto del alimento entre los polluelos o una peor limpieza del nido (recordemos que en muchos casos el adulto recoge las heces de los polluelos en cada ceba, por lo que al reducir el tiempo dentro del nido, quizás estos padres dejen esas heces dentro del nidal).

Por otro lado, la demostración de la capacidad de respuesta de los animales frente al olor de sus depredadores puede tener un carácter aplicado. Los animales salvajes representan en muchos casos un peligro en las carreteras, produciéndose accidentes que cuestan la vida de personas y de los propios animales. Así, por ejemplo, en diferentes países europeos, desde hace años se está realizando la siguiente estrategia. Se colocan sustratos con olor a lobo, oso o humanos en los bordes de las carreteras en las que se producen atropellos de corzos, ciervos o jabalíes. De este modo, parece que los potenciales depredadores evitan pasar por esos caminos reduciendo en gran medida el número de accidentes. Así pues, la ciencia básica puede, a posteriori, tener aplicaciones que jamás uno pudiera haber pensado. ¿Quien pensaría en un principio si “serviría de algo a los humanos” saber si huelen y responden a esos olores los animales? Posiblemente nadie, pero ahí está. Por el momento, ahora sabemos que esto también ocurre en aves.

(1) Amo et al. 2008. Predator odour recognition and avoidance in a songbird. Functional Ecology.

27 marzo 2008

A los pájaros no les da igual cualquier casa

Multitud de estudios en el ámbito de la ecología evolutiva utilizan las aves como modelo de estudio. Las aves son unos animales relativamente fáciles de manipular en estado silvestre y aceptan ocupar los nidales artificiales que les sean suministrados. Esto hace que en muchos casos, los investigadores colocan cajas nido para aumentar la disponibilidad de lugares de cría para estas especies y así aumentar la disponibilidad de aves (parejas y polluelos) para sus estudios. Pero, las cajas nido no sólo se emplean en este contexto, también son muchos los aficionados a la ornitología que colocan estos nidales en sus jardines para poder observar, de cerca, sus preciadas aves. Por otro lado, la colocación de cajas nido ha sido un mecanismo muy utilizado en los planes de gestión ambiental, como un medio por el que conseguir aumentar la población de aves insectívoras forestales, las cuales, son beneficiosas para los intereses del hombre al depredar diferentes especies de insectos considerados plagas (1).

De manera general, las cajas nidos más utilizadas, principalmente debido a su coste, son las clásicas cajas tipo párido construidas en madera. El problema de estas cajas es su vulnerabilidad a la intemperie, lo que conduce a su gran deterioro en pocos años. Además, de no hacerse un seguimiento conciso de las cajas, año tras año estas acumulan material procedente de los nidos de las aves. Este material, además de aumentar el peso de la caja y favorecer su deterioro también representa un perjuicio para las propias aves reproductoras. En este contexto, se ha visto que los herrerillos que ocupaban cajas con nidos antiguos se veían afectados en su masa corporal y en el éxito reproductor, debido principalmente a las mayores abundancias de ectoparásitos presentes en estos nidos (2). Esto apoya el hecho de que la colocación de nidales artificiales tiene que ir acompañado de un seguimiento y mantenimiento de los mismos, con el fin de no perjudicar a las poblaciones que los ocupen.

Por otro lado, estudios más recientes, como el que puede encontrarse en el número del mes de Abril de la revista Quercus (3), ponen de manifiesto que otros modelos de cajas nido podrían resultar más beneficiosos para las aves que los clásicos modelos de madera. En el estudio citado, los autores relatan que las cajas nido construídas con la mezcla de cemento y serrín ofrecen a las aves una mayor protección frente a depredadores (como los pico picapinos los cuales rompen con facilidad las cajas de madera y devoran a los polluelos) y suponen una mejor defensa térmica (a las condiciones ambientales en el exterior de la caja) frente a las cajas de madera. Esto, unido a factores que explicaremos un poco más adelante, desencadena en la mayor preferencia de las aves por utilizar nidales construidos con esa mezcla de cemento y serrín que por los modelos clásicos construídos en madera. Además, este estudio desarrollado principalmente con gorrión molinero, pone de manifiesto que las parejas que utilizaron nidales de cemento y serrín iniciaron antes la puesta de sus huevos y los incubaron durante un periodo de tiempo más reducido hasta que se produjo la eclosión. Dados los enormes costes que suponen la incubación de los huevos de las aves, máxime cuando las condiciones ambientales no son propicias (ver al respecto 4, como un magnífico ejemplo de comportamiento en aves) estos nidales podrían ofrecer un mejor sustento para la conservación de las poblaciones de aves en peligro.

(1). Sanz, J.J. Cajas-nido para aves insectívoras forestales. Colección Naturaleza y Medio Ambiente. Caja Segovia.

(2). Tomás et al. 2007. Consequences of nest reuse on parasite burden and female health and condition in blue tits (Cyanistes caeruleus). Animal Behaviour, 73: 805-814.

(3). García-Navas et al. 2008. Preferencias del gorrión molinero ante dos modelos de cajas-nido. Quercus 266: 14-21.

(4). Lobato et al. 2006. Maternal clutch reduction in the pied flycatcher: an undescribed clutch size adjustment mechanism. J. Avian Biology 37: 637-641.

31 enero 2008

Cariño ¿por qué me traes flores a casa?

Hasta la fecha hemos venido hablando en numerosas ocasiones de los efectos negativos que ejercen los parásitos sobre sus hospedadores (1, 2, 3). Concretamente, los ectoparásitos que conviven en los nidos de aves, producen en ellas efectos perjudiciales tales como reducción de su crecimiento o incluso, reducción de su supervivencia. Entre múltiples comportamientos antiparasitarios por parte de las aves para evitar estos costes podríamos citar la inclusión de plantas verdes en sus nidales, las cuales, podrían favorecer a las aves en su interacción con los ectoparásitos por, al menos, dos vías diferentes, reduciendo la carga parasitaria (por las propiedades insecticidas de algunas de las plantas que incorporan a los nidales) o por su efecto activador (inmunomodulador) sobre la respuesta inmunitaria de las aves.

Pero, en los últimos años, otras hipótesis han sido planteadas igualmente para explicar el comportamiento de incorporación de plantas verdes a los nidales de aves. Al respecto, diferentes estudios desarrollados en el estornino común (Sturnus unicolor), han hecho replantearse otras posibilidades a los investigadores. Así, surgió el planteamiento de que en esta especie, el comportamiento de introducir plantas al nido podría estar jugando un papel importante en la selección sexual de esta especie. Varias evidencias parecen apoyar esta posibilidad, por un lado son sólo los machos los que aportan este material al nido, mientras que las hembras parecen esforzarse más en sacarlo de los nidales. De ser un material antiparasitario, parecería lógico que la hembra aportase material al nido al igual que lo hace el macho, en vez de esforzase por sacarlo de los nidos. Además, el aporte del material se produce principalmente en el periodo anterior a la aparición de los polluelos en el nido (cuando mayores cargas parasitarias se producen en los nidos), más concretamente, este comportamiento parece concentrarse en el periodo fértil de la hembra. Por otro lado, el efecto que parece producir en las hembras sería un incremento de sus niveles de testosterona, a la par que afectarían a las decisiones de la hembra en cuanto a su inversión en la proporción de sexos de su descendencia. Así, en un estudio experimental en el que los investigadores aportaron plantas a los nidos, ellos observaron que las hembras alteraban la proporción de sexos de su descendencia, incrementando el número de machos con respecto al de hembras, mientras que la tendencia encontrada en esa población era al contrario. Además, los machos con mayores niveles de hormonas sexuales (que consiguen más hembras) aportaron mayores cantidades de plantas que los machos monógamos, lo que sugiere que resultarían más atractivos para las hembras, consiguiendo un mayor número de parejas. En todo caso, parece que el transporte de material verde a los nidos de esta especie, podría estar jugando un papel en la señalización de la calidad del macho a la hembra durante la reproducción y estas hembras a su vez, parecen responder variando (invirtiendo) su estrategia reproductiva. De hecho, cuando se incremento la cantidad de plantas en el nido, también se encontró que las hembras aumentaban el número de plumas que aportaban al nido, otra posible señal sexual propuesta para esta especie que se relaciona con la experiencia reproductiva de la hembra y la fecha de puesta (ambas variables correlacionadas con la condición corporal de la hembra).

Como todo en la naturaleza, es posible que cada una de las hipótesis planteadas sean verdades parciales y expliquen una proporción de la variabilidad encontrada. Pese a ello, lo más fascinante de todo, a mi parecer, es la combinación de señales que parecen tener un papel en la “comunicación” entre sexos en la reproducción de las aves, pues como debe ocurrir en el caso de los estorninos, el macho debe señalizar a la hembra su calidad por el aporte de material, mientras que ésta debe indicarle su calidad al macho por otras vías, el aporte de plumas y el color de sus huevos (como se demostró recientemente).


Algunas referencias al respecto:

Polo y Veiga 2006. Nest ornamentation by female spotless starlings in response to a male display: an experimental study. Journal of Animal Ecology, 75:942-947.
Polo et al. 2004. Female starlings adjust primary sex ratio in response to aromatic plants in the nest. Proceedings of the Royal Society of London B, 271:1929-1933.
Veiga et al. 2006. Nest green plants as a male status signal and courtship display in the spotless starling. Ethology, 112:196-204.

14 diciembre 2007

Muévete que nos pican

Como ya indicamos anteriormente, los ectoparásitos pueden representar un coste elevado para el desarrollo y supervivencia de los animales, tanto silvestres como domésticos. Los costes que acarrean son múltiples, desde reacciones de hipersensibilidad, transmisión de patógenos, costes asociados a la respuesta inmune, anemias producidas por la extracción de sangre, etc. Por ello, aquellas estrategias que impliquen una disminución de las picaduras de estos ectoparásitos deben suponer una considerable ventaja para los hospedadores. Al respecto, diferentes estudios realizados hasta la fecha han puesto de manifiesto que los animales realizan movimientosasociados con la presencia de dípteros, ejemplos ya ampliamente conocidos por todos, como son los movimientos del rabo y de las orejas del ganado. Lógicamente, mediante estudios experimentales se pudo comprobar esto también. En ciertos experimentos los autores inmovilizaron a los animales (en este caso aves) para evitar que se moviesen y comprobaron como la abundancia de dípteros con una comida reciente en su abdomen se incrementaba considerablemente. Aunque el movimiento en si mismo o la imposibilidad de realizar otras tareas cuando se están realizando estos movimientos (tales como alimentarse o vigilar depredadores) tienen que repercutir igualmente en costes para el hospedador, aunque el balance entre estos costes y los beneficios asociados a repeler estos insectos debería ser favorable. Aún así, como podría ser en el caso de explotaciones ganaderas, todo mecanismo que disminuya los costes de producción (en este caso) deberían ser controlados.

Además, en la naturaleza, otras muchas estrategias tanto fisiológicas como comportamentales se han descrito en la lucha de los animales frente a sus ectoparásitos. Por ejemplo, existen evidencias de que algunas aves introducen en sus nidos plantas con cualidades inmuno-estimulantes o insecticidas, lo que podría disminuir la carga de ectoparásitos o incrementar su capacidad inmunológica en su lucha contra el coste derivados de estos ectoparásitos. En otros casos, son los propios animales los que secretan compuestos repelentes frente a dípteros, lo cual representa una considerable ventaja, ya que muchos insectos utilizan sustancias emitidas por los hospedadores para poder localizarlos.

Aquí hemos descrito algunos ejemplos de la carrera de armamentos entre parásitos y hospedadores, lo que representa, nuevamente, evidencias claras de evolución.

30 noviembre 2007

El autobús del patógeno

Los vectores son esos animalillos tan indeseables para muchos pero que cumplen una función esencial en el mantenimiento de los ecosistemas. La interacción parásito-hospedador puede ser definida de manera laxa entendiendo por parásitos desde virus a helmintos, pasando por bacterias, protozoos, etc. de igual manera podríamos incluir bajo esta denominación a ciertos insectos que se aprovechan de otros organismos para obtener su fuente de alimento, la sangre. Este es el caso no solo de los mosquitos, sino de una considerable diversidad de insectos. Pero los efectos de estos insectos sobre sus hospedadores no son solo directos (como pudiera considerarse la anemia o hipersensibilidades que puedan inducir con sus picaduras) sino también y más importante si cabe, es su papel como parte fundamental en la transmisión de patógenos entre hospedadores. La malaria, la enfermedad del sueño, el mal de Chagas o la lengua azul son claros ejemplos de ello. Existen claras diferencias en cuanto al papel que juegan los vectores, pudiendo actuar como un mero mecanismo de transporte del patógeno o por el contrario, ser a su vez, un hospedador para el patógeno. Así, por ejemplo, el parásito de la malaria necesita desarrollar una parte de su ciclo en el mosquito para infectar de nuevo a otros hospedadores. En muchos casos se ha pensado que los mosquitos no sufren costes por actuar como vectores de parásitos, aunque cada día hay más evidencias de lo contrario dándose ejemplos de cómo el parásito afecta a la supervivencia del vector.


Pero después de introducir un poco estos conceptos me gustaría tratar un tema en particular, la localización de los hospedadores por parte de estos vectores. Tradicionalmente se ha visto que los vectores disponen de una considerable diversidad de receptores, desde químicos a visuales. Estos receptores responden a estímulos ampliamente ligados al metabolismo de los hospedadores tales como el dióxido de carbono o el ácido láctico. Estos factores hacen que los mosquitos no piquen azarosamente a sus hospedadores, como en efecto se comprobó con individuos infectados con malaria frente a otros grupos control. En este experimento se observó que aquellos individuos enfermos atraían más mosquitos que los sanos y que esta relación desaparecía tras un tratamiento antipalúdico. Muy posiblemente, el estado febril o un incremento en el metabolismo basal de los individuos enfermos deben estar jugando un papel esencial en esta relación. Pero además, no sólo sustancias procedentes de los hospedadores actúan como atrayentes de los mosquitos, pues se ha visto que sustancias vinculadas a los propios vectores (feromonas) atraen más vectores. Aunque estas sustancias por si solas son capaces de atraer a los vectores, es sabido que deben interactuar con los propios atrayentes del hospedador.

Nuevamente, podemos descubrir la belleza que hay detrás de un simple mosquito y las interesantísimas relaciones que existentes entre los parásitos, los vectores y los hospedadores. Fascinante.

Fotografía de: Jim Newman

05 noviembre 2007

Luz y color

A menudo, cuando se pregunta a alguien lo que Dios hizo el primer día de la semana de la Creación, la respuesta es simplemente, “Dios hizo la luz”. Aunque algunos crean esto, lo cierto es que esto mismo lo hacen muchos organismos y lo denominamos, simplemente, bioluminiscencia.

La bioluminiscencia es un fenómeno de evolución convergente que parece haber aparecido en etapas muy tempranas de la evolución, como un mecanismo por el que las bacterias podrían deshacerse de su exceso de oxigeno. Ahora, nos encontramos con multitud de especies marinas y alguna que otra terrestre que presentan bioluminiscencia. Dependiendo de cada organismo que tratemos, podríamos describir este fenómeno como un mecanismo con funciones como la atracción de presas, los comportamientos antidepredatorios o la archiconocida comunicación sexual entre organismos, como sería el caso de las luciérnagas. En muchos casos los organismos se ayudan de relaciones simbióticas con bacterias fotosintéticas para adquirir dicha cualidad. Pero con la excusa de la bioluminiscencia y toda esta relación entre de la luz y los seres vivos pretendo ir un poco más allá, posiblemente saliéndome considerablemente del camino. Y es que, la luz es una importante herramienta en los estudios biológicos y en especial en el caso de la microscopia. Al respecto y tratando un caso particular, desde hace años los científicos se ayudan de la microscopía de fluorescencia para obtener imágenes a color de diferentes estructuras de origen biológico, sometiendo a excitación energética a tejidos con sustancias autofluorescentes (tales como la vitamina A) o estructuras previamente “teñidas” con diferentes fluorocromos. Y es que el uso de la tinción “da luz y color” facilitando o posibilitando la diferenciación de estructuras con el uso de microscopios. Son clásicas las tinciones de tejidos, frotis sanguíneos y un largo etcétera para el diagnóstico de, por ejemplo, enfermedades o descripciones de especies microscópicas, pero en los últimos tiempos, el otorgar un color extra a los órganos y tejidos está yendo un poco más allá. Recientemente, un grupo americano de la universidad de Harvard ha publicado en Nature (Nature 450, 56-62) el Brainbow. Básicamente estos investigadores han conseguido describir una manera con la que obtener un mapa estructural del sistema nervioso en color, dando diferentes coloraciones a las neuronas y facilitando el seguimiento de cada una de ellas en el entramado neuronal del cerebro. La belleza de las imágenes ha sido resaltada en diferentes comentarios presentes en la red y a mi personalmente me ha conducido a pensar en las coloraciones de los cuadros de Kandinsky. Ya Cajal en su día aportó unas bellas imágenes desde el punto de vista estético y por supuesto, revolucionó el conocimiento del sistema nervioso con sus tinciones de Golgi, pero hoy, el empleo de Brainbow, basado en técnicas de ingeniería genética, además de dar color a la ciencia, podría ser el camino para descifrar las conexiones existentes entre las neuronas dando respuesta a todos aquellos comportamientos con base estructural que observaríamos en la naturaleza (de lo que ya en su día nos habló mi compañero), por no hablar de la posibilidad de desenmascarar las diferencias presentes en los organismos de que nos rodean.

10 julio 2007

Por enero florece el romero...

Durante estos años todos hemos oído acerca de los severos cambios climáticos que están ocurriendo en nuestro planeta. Existen voces que van en diferentes direcciones, unos que defienden la postura de que los seres humanos estamos jugando un papel protagonista produciendo este cambio y aquellos que lo basan en procesos meramente naturales ajenos a la acción del hombre.

El propósito de este artículo es tratar un aspecto que subyace en muchos de estos estudios, pero que para muchos de nosotros permanecen en la oscuridad, esto es la toma de datos con la que testar estas hipótesis. Durante los últimos años un creciente número de estudios del ámbito de la ecología han venido utilizando series de datos recolectados desde hace décadas con el fin de relacionar diferentes aspectos de la fenología de los animales y de las plantas con los cambios térmicos y pluviométricos del planeta. Estos estudios arrojan diferentes conclusiones en función de la especie de que se trate y del ámbito geográfico estudiado. Son clásicos entre estos estudios aquellos que relacionan la floración, la aparición de adultos de insectos o la migración de las aves con variables como la temperatura o las lluvias a lo largo de los años. Como decía, según de que estudio se trate se observan tendencias positivas, negativas o relaciones no significativas entre, por ejemplo, la llegada de las golondrínas a la Península Ibérica y la temperatura de cierta época en África, territorio en el que pasan el invierno hasta llegar a la península. Pero como decía no pretendo recopilar evidencias a favor o en contra de los efectos del cambio climático, sino reflejar la importancia que tiene la toma de datos a largo plazo con la que testar estas hipótesis.

En España, se inició la toma de datos de la red fenológica estatal a mediados del siglo pasado, después de diferentes intentos regionales anteriores (véase este interesante artículo al respecto aquí). Desde entonces una red de voluntarios ha ido anotando fechas de llegada de especies de aves migratorias, la floración de diferentes especies o la aparición de insectos en nuestros bosques. Esto permite conocer dos importantes aspectos de la biología de las especies, por un lado mapear como las especies migratorias van apareciendo en las diferentes localidades a lo largo del año (y por ende mapear las rutas migratorias) y segundo tener una base de datos interesantísima con la que testar aspectos relativos al cambio climático.

En estos últimos años nos encontramos con un grave problema, el mantenimiento de estas redes de toma de datos de fenología está en peligro. Al tratarse de planes sustentados en la voluntad desinteresada de personas que se prestan voluntarias a desarrollar esta actividad, el mantenimiento no está asegurado. Ni que decir tiene que la interrupción de la toma de datos sería un desastre considerable y que lo óptimo sería maximizar el número de puntos de muestreo (a todas las localidades posibles). En épocas recientes se están intentando plantear alternativas a la amenaza de la desaparición de estas redes con la creación de portales en internet como este. Posiblemente estas políticas no sean suficientes para mantener un muestreo adecuado, pero puede ser una herramienta más, otra alternativa a la amenazante interrupción de toma de datos de la red fenológica nacional por la desaparición de la red de voluntarios. Posiblemente, como me plantea Brain May, todo sea problema de confiar esta tarea a la labor exclusiva de los voluntarios, una tarea que debería financiarse directamente por el estado. Aunque por otro lado, viene a refutar el valor social que tiene este voluntariado, como me comenta Sinaptosome.

Sería una pena perder esta herramienta pública que es la base sobre la que se pueden asentar estudios de las adaptaciones que están realizando las especies ante las situaciones ambientales cambiantes del planeta.

11 mayo 2007

Padre, por qué me has abandonado.

Todos hemos visto en un documental a algún león que mata a las crías de su pareja y se queda tan pancho, mesándose la melena como si nada hubiese pasado. En realidad el león tiene un buen motivo para actuar así: no son sus crías, por lo que no portan sus genes, que es en última instancia, lo que interesa al león. Además, con esta estrategia (denominada “infanticidio competitivo”) el león consigue que la hembra esté receptiva a él mucho antes, ya que ésta interrumpirá la lactancia de sus crías y por tanto sus niveles de prolactina se reducirán permitiendo de nuevo la ovulación.

En otros casos, como el de los caballos salvajes o los babuinos, el macho acosa a la hembra preñada hasta que ésta aborta. La explicación es simple: el estrés incrementa la prolactina y reduce los niveles de progesterona y estradiol, lo que conduce al aborto.

Hay un caso más sutil, que es el de los ratones y que se conoce como el efecto Bruce-Parkes. Cuando se coloca a una hembra preñada junto a un macho nuevo, éste puede liberar un olor que da lugar a un aumento de prolactina en la hembra, lo que conduce de nuevo al aborto.

Pero con el tiempo algunos animales han desarrollado estrategias para reducir el infanticidio. Empecemos por alguna triquiñuela que emplean las hembras de algunos primates y que se conoce como “pseudoestro”. Consiste en “fingir” un falso celo cuando la hembra está ya preñada, de modo que cuando el macho se aparea con la hembra este no puede sospechar que las crías que nacerán después no son suyas (pobre iluso).

Una estrategia seguramente más eficaz sea asegurarse de que el macho no sepa si las crías son suyas o de algún otro de modo que, por si las moscas, invertirá en criar al retoño. Esto ocurre en el caso de los bonobos, unos primates que tienen encuentros sexuales continuamente (tanto homosexuales como heterosexuales, ved el vídeo y lo “antinatural” que es la homosexualidad) y que son tan extraordinariamente promiscuos como les gustaría serlo a muchos humanos. De este modo, las hembras copulan con numerosos machos y ellos lo único que pueden hacer para tratar de ser padres de algunas de las crías (lo que ha favorecido la selección natural) es incrementar el tamaño de sus testículos (mayor cantidad de esperma, más posibilidades de acertar en la diana). De hecho, sus testículos son tan grandes que, como cuenta Frans de Waal, un prestigioso primatólogo, hubo una visitante de un zoo que confundió un testículo de un bonobo con una cabeza.

Los testículos humanos son, sin embargo, almendritas al lado de los testículos de los bonobos. La razón es clara: los humanos han encontrado otra estrategia muy eficaz: la monogamia, que dio origen a la familia nuclear. En este caso el sexo perdió su papel en las interacciones sociales, quedando relegado sólo al ámbito privado, pero de este modo la hembra se aseguraba la inversión del padre en la crianza de los hijos y él ganaba la seguridad de saber que esos eran con mucha seguridad sus retoños. Parece de hecho haber sido una buena estrategia pues hay unos 100000 bonobos en todo el mundo, y unos 6500 millones de personas. Por cierto, que esta es la muy probable explicación de por qué los sistemas morales (especialmente los religiosos) suelen condenar y, si se les permite, penalizar el adulterio.
Sin embargo, no sé por qué los bonobos me caen tan bien...

Pintura: Saturno devorando a su hijo, de Francisco de Goya.