
Para saber más es muy recomendable la lectura de: Moalem y Prince. 2007. La ley del más débil. Ed. Ariel.
Y es que cuando nos enfrentamos a problemas de este tipo son muchas las posibilidades y preguntas que, como las expuestas al principio, podrían invadir nuestra mente. Una de las primeras dudas que nos surgen a todos serían aquellas referidas a las causas del divorcio. ¿Por qué querrían cambiar de parejas las aves? Parece lógico pensar que una de esas causas podría ser un bajo éxito en el anterior periodo reproductor. Un fracaso en la crianza de los polluelos en un año parecería una causa suficiente para intentar mejorar la suerte en el año siguiente. A pesar de ello, los resultados de este estudio no parecen apoyar esta posibilidad, posiblemente debido a que tanto las aves divorciadas como aquellas de parejas que permanecieron juntas al año siguiente deberían estar formadas por animales en buena condición, pues en ambos casos habrían sido capaces de sobrevivir todo invierno hasta la siguiente época reproductiva. Pero los investigadores no se pararon ahí, afortunadamente. Novelando un poco la historia, es posible que uno de los investigadores le comentara al otro, oye, si uno cambia es para mejorar ¿no? ¿les pasará esto mismo a nuestros herrerillos con sus divorcios? Cuando los investigadores del estudio testaron esta posibilidad con sus datos observaron algo sorprendente. Resulta que para el caso de las aves parece que hay diferencias entre los sexos, así los machos divorciados se emparejaron con hembras de mayor tamaño (referido a la longitud de su tarso) que las que tenían en el “matrimonio” anterior, mientras que las hembras en sus nuevos emparejamientos no elegían machos más viejos ni de tallas mayores.
Lógicamente la historia no podía parar ahí. Y después de saber esto, la siguiente pregunta era obvia. Entonces, ¿el cambiar de pareja a las aves les beneficia en algo (ese algo, en este caso debía esta referido al cambio en términos reproductivos? Una nueva pregunta y una nueva sorpresa, en este caso de mayor envergadura. Como decía la canción, “depende”, todo depende del sexo de las aves. Así mientras que los machos aumentaron el número de polluelos volantones que fueron capaces de criar, las hembras sufrieron un drástico descenso con relación al año anterior. Rompedor. Así es como podría considerarse este resultado, al menos, de acuerdo con los conocimientos previos que se tenían sobre las consecuencias del cambio de pareja en la naturaleza. En general, a las hembras se les atribuía el roll de actores en los cambios y a los machos el de meras marionetas, pues generalmente, tras un divorcio y cambio de pareja, se observaba un beneficio reproductor para las hembras mientras que los machos no presentaban ventajas aparentes. La diferencia con estudios previos parece deberse a que en este caso los autores fueron capaces de separar dos efectos que, de modo general, afectarían al éxito reproductor tras el divorcio, como son, el propio cambio de pareja y el cambio de área de ocupación. Así, cuando una pareja se separa, no solo se cambia de compañero sino también de lugar, lo que en términos naturales, podría incrementar los recursos disponibles a su alrededor. La posibilidad de incremento del éxito reproductor de la hembra debido a dispersión es una posibilidad que los propios autores apoyan en su estudio. De este modo, los autores concluyen que el divorcio “per se” es un comportamiento ventajoso para los machos de esa especie en oposición a las hembras. Alternativamente surgieren la posibilidad de que los machos no sean ellos mismos los que deciden divorciarse, sino que las hembras de mayor tamaño con las que a la postre se reproducen sean capaces de competir con la pareja original de estos machos, forzándolas a abandonarlo. Según esto, se terminaría por generar una pareja nueva con una hembra que, por ser más grande (por así decirlo, mejor), tiene un mayor éxito reproductor. Esta alternativa colocaría a los machos nuevamente como meros seguidores de la historia, siendo las hembras las que escriben el nuevamente el guión.
A mi durante la lectura del artículo me resultaba casi imposible la lógica tentación de colocar mujer y hombre en el lugar de hembra y macho. Quizás, si uno se abstrae de las obvias diferencias entre humanos y aves, estos estudios podría darnos una ligera idea de cómo podría funcionar un sistema ajeno a condicionantes culturales como religión, etc. Hagan un esfuerzo y colóquenos en su lugar… Pequen por una vez de antropocentrismo, pero sin pasarse.
Autor de la fotografía: Vicente Javier Moreno García
(1) Rowell et al. 2006. Why Animals Lie: How Dishonesty and Belief Can Coexist in a Signaling System. Am. Nat. 168: E180–E204.
En cursiva aparecen cambios posteriores a la primera publicación.
Multitud de estudios en diferentes especies de vertebrados e invertebrados han puesto de manifiesto el papel del olfato en la depredación, pero sorprendentemente las aves apenas han sido empleadas como modelo de estudio. ¿Por qué? ¿Acaso las aves no son capaces de oler? Recientemente, un estudio a puesto un poco de luz a este problema (1) y la respuesta parece ser clara, las aves sí pueden oler a sus depredadores. En este estudio, los investigadores utilizaron el olor de un mustélido para detectar aquellos mecanismos comportamentales que tuviesen unas pequeñas aves forestales (el herrerillo común, Cyanistes caeruleus) que habitan en cajas nido. El diseño experimental englobaba un total de tres tratamientos diferentes, un grupo de nidos a los que se les añadía el olor del depredador, un grupo control a los que se les añadía el olor de un no depredador (en este caso, de codorniz) y un segundo grupo control a los que se les añadía el olor del agua (control absoluto, sin olor). Para demostrar una posible respuesta en las aves ante estos olores en los nidos, se realizó la filmación de los nidos durante el periodo de cebas de los polluelos, observándose que aquellos nidos en los que olía al depredador aumentaba el tiempo que transcurría hasta que los adultos empezaban a entrar en sus nidos a la par que el tiempo de permanencia de los padres dentro del nido disminuía considerablemente frente a los otros grupos control. A pesar de ello, la cantidad total de veces que los adultos entraban a cebar a sus polluelos o el crecimiento total de los mismos no se vio afectado por el tratamiento. Según esto, en presencia del olor del depredador, los adultos cebarían a sus polluelos a una mayor velocidad, de modo que el crecimiento total de sus polluelos no se vería afectado. Nuevamente, aquí nos encontramos con un ejemplo de evaluación de costes-beneficios, tan frecuentes en la naturaleza. Cebar o no cebar a los polluelos ante el riesgo de ser depredado. Pero, una vez decididos a entrar, hagámoslo deprisa. Lógicamente, esta estrategia tiene que suponer ciertos costes en las aves, como una aceleración del metabolismo del adulto, quizás un peor reparto del alimento entre los polluelos o una peor limpieza del nido (recordemos que en muchos casos el adulto recoge las heces de los polluelos en cada ceba, por lo que al reducir el tiempo dentro del nido, quizás estos padres dejen esas heces dentro del nidal).
Por otro lado, la demostración de la capacidad de respuesta de los animales frente al olor de sus depredadores puede tener un carácter aplicado. Los animales salvajes representan en muchos casos un peligro en las carreteras, produciéndose accidentes que cuestan la vida de personas y de los propios animales. Así, por ejemplo, en diferentes países europeos, desde hace años se está realizando la siguiente estrategia. Se colocan sustratos con olor a lobo, oso o humanos en los bordes de las carreteras en las que se producen atropellos de corzos, ciervos o jabalíes. De este modo, parece que los potenciales depredadores evitan pasar por esos caminos reduciendo en gran medida el número de accidentes. Así pues, la ciencia básica puede, a posteriori, tener aplicaciones que jamás uno pudiera haber pensado. ¿Quien pensaría en un principio si “serviría de algo a los humanos” saber si huelen y responden a esos olores los animales? Posiblemente nadie, pero ahí está. Por el momento, ahora sabemos que esto también ocurre en aves.
(1) Amo et al. 2008. Predator odour recognition and avoidance in a songbird. Functional Ecology.
De manera general, las cajas nidos más utilizadas, principalmente debido a su coste, son las clásicas cajas tipo párido construidas en madera. El problema de estas cajas es su vulnerabilidad a la intemperie, lo que conduce a su gran deterioro en pocos años. Además, de no hacerse un seguimiento conciso de las cajas, año tras año estas acumulan material procedente de los nidos de las aves. Este material, además de aumentar el peso de la caja y favorecer su deterioro también representa un perjuicio para las propias aves reproductoras. En este contexto, se ha visto que los herrerillos que ocupaban cajas con nidos antiguos se veían afectados en su masa corporal y en el éxito reproductor, debido principalmente a las mayores abundancias de ectoparásitos presentes en estos nidos (2). Esto apoya el hecho de que la colocación de nidales artificiales tiene que ir acompañado de un seguimiento y mantenimiento de los mismos, con el fin de no perjudicar a las poblaciones que los ocupen.
Por otro lado, estudios más recientes, como el que puede encontrarse en el número del mes de Abril de la revista Quercus (3), ponen de manifiesto que otros modelos de cajas nido podrían resultar más beneficiosos para las aves que los clásicos modelos de madera. En el estudio citado, los autores relatan que las cajas nido construídas con la mezcla de cemento y serrín ofrecen a las aves una mayor protección frente a depredadores (como los pico picapinos los cuales rompen con facilidad las cajas de madera y devoran a los polluelos) y suponen una mejor defensa térmica (a las condiciones ambientales en el exterior de la caja) frente a las cajas de madera. Esto, unido a factores que explicaremos un poco más adelante, desencadena en la mayor preferencia de las aves por utilizar nidales construidos con esa mezcla de cemento y serrín que por los modelos clásicos construídos en madera. Además, este estudio desarrollado principalmente con gorrión molinero, pone de manifiesto que las parejas que utilizaron nidales de cemento y serrín iniciaron antes la puesta de sus huevos y los incubaron durante un periodo de tiempo más reducido hasta que se produjo la eclosión. Dados los enormes costes que suponen la incubación de los huevos de las aves, máxime cuando las condiciones ambientales no son propicias (ver al respecto 4, como un magnífico ejemplo de comportamiento en aves) estos nidales podrían ofrecer un mejor sustento para la conservación de las poblaciones de aves en peligro.
(1). Sanz, J.J. Cajas-nido para aves insectívoras forestales. Colección Naturaleza y Medio Ambiente. Caja Segovia.
Algunas referencias al respecto:
A menudo, cuando se pregunta a alguien lo que Dios hizo el primer día de la semana de
o la archiconocida comunicación sexual entre organismos, como sería el caso de las luciérnagas. En muchos casos los organismos se ayudan de relaciones simbióticas con bacterias fotosintéticas para adquirir dicha cualidad. Pero con la excusa de la bioluminiscencia y toda esta relación entre de la luz y los seres vivos pretendo ir un poco más allá, posiblemente saliéndome considerablemente del camino. Y es que, la luz es una importante herramienta en los estudios biológicos y en especial en el caso de la microscopia. Al respecto y tratando un caso particular, desde hace años los científicos se ayudan de la microscopía de fluorescencia para obtener imágenes a color de diferentes estructuras de origen biológico, sometiendo a excitación energética a tejidos con sustancias autofluorescentes (tales como la vitamina A) o estructuras previamente “teñidas” con diferentes fluorocromos. Y es que el uso de la tinción “da luz y color” facilitando o posibilitando la diferenciación de estructuras con el uso de microscopios. Son clásicas las tinciones de tejidos, frotis sanguíneos y un largo etcétera para el diagnóstico de, por ejemplo, enfermedades o descripciones de especies microscópicas, pero en los últimos tiempos, el otorgar un color extra a los órganos y tejidos está yendo un poco más allá. Recientemente, un grupo americano de la universidad de Harvard ha publicado en Nature (Nature 450, 56-62) el Brainbow. Básicamente estos investigadores han conseguido describir una manera con la que obtener un mapa estructural del sistema nervioso en color, dando diferentes coloraciones a las neuronas y facilitando el seguimiento de cada una de ellas en el entramado neuronal del cerebro. La belleza de las imágenes ha sido resaltada en diferentes comentarios presentes en la red y a mi personalmente me ha conducido a pensar en las coloraciones de los cuadros de Kandinsky. Ya Cajal en su día aportó unas bellas imágenes desde el punto de vista estético y por supuesto, revolucionó el conocimiento del sistema nervioso con sus tinciones de Golgi, pero hoy, el empleo de Brainbow, basado en técnicas de ingeniería genética, además de dar color a la ciencia, podría ser el camino para descifrar las conexiones existentes entre las neuronas dando respuesta a todos aquellos comportamientos con base estructural que observaríamos en la naturaleza (de lo que ya en su día nos habló mi compañero), por no hablar de la posibilidad de desenmascarar las diferencias presentes en los organismos de que nos rodean.