Mostrando entradas con la etiqueta experimentación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta experimentación. Mostrar todas las entradas

21 noviembre 2008

El atractivo de los Harrijasotzaileak (o ¿por qué levantan piedras algunas aves?)

Cuando uno observa la naturaleza no puede dejar de encontrar ciertas similitudes entre el comportamiento animal y el humano (siendo conscientes de que también somos animales…). Un ejemplo muy significativo puede ser el levantamiento de piedras, un deporte clásicamente identificado con ciertas tradiciones como en el caso de los vascos (ver). Desde cualquier prisma, esta es una considerable demostración de fuerza, pero que como se puede imaginar el lector, parece que no ser exclusiva de los humanos ya que diferentes especies de aves son capaces de recolectar y mover piedras, al menos, durante ciertas fases de su ciclo vital (principalmente, en el periodo reproductor).

Las razones de estos comportamientos pueden ser diferentes en función de las especies estudiadas. Así por ejemplo, en el caso del pingüino barbijo se encuentra que esta especie realiza un acopio importante de piedras durante su estación reproductora con el fin de crear sus nidos. Las piedras en esta especie suponen, por lo general, un recurso limitado que obliga a las parejas reproductoras a competir entre ellas por hacerse con un acopio adecuado de este elemento. La importancia de estas piedras en la construcción de los nidos se puso de manifiesto en diferentes estudios experimentales. Así, por ejemplo, cuando los investigadores disminuían el tamaño del nido encontraban que estas parejas volvían a incrementar el tamaño del nido hasta alcanzar tamaños similares a los originales. Pero ¿para qué necesitan las piedras? ¿Por qué de ese comportamiento casi maniático por recolectar piedras? Para entenderlo correctamente hay que ponerse en situación. En la Antártida, las condiciones climáticas pueden ser con facilidad lo suficientemente adversas como para acabar drásticamente con la viabilidad de la prole, máxime ante situaciones de riesgo de inundación del nido por excesivas lluvias o nevadas. De acuerdo con ello, ciertos investigadores desarrollaron un ingenioso experimento en el que crearon tres grupos experimentales, parejas control, parejas con nido reducido y parejas a las que además de reducírseles el tamaño del nido se les rodeaba con nieve, con el fin de inducirles una sensación de riesgo de inundación. De acuerdo con la hipótesis de partida, se observó un considerablemente mayor aumento del tamaño del nido en estas últimas parejas, incrementando, de media, en 5 kg el peso del nido. Por tanto, en este caso, los pingüinos parece que necesitan las piedras para poder llevar a buen fin su reproducción.

No obstante, llegados a este punto, el lector podría correctamente argumentar que este comportamiento podría entenderse más bien como la belleza del albañil y no del levantador de piedras como sugiere el título de esta entrada, entonces, ¿acaso hay más? Fácilmente podríamos concluir que sí. Otro ejemplo curioso que encontramos en la naturaleza (y más ligado con el título) es el caso de la collalba negra, una especie que podemos encontrar en la Península Ibérica. En esta especie se observa un comportamiento curioso de acarreo de piedras que parece no ligarse directamente a la viabilidad del nido. ¿Entonces, para qué gastar energía en transportar piedras? La explicación podría considerarse como una exhibición de carácter sexual posterior al emparejamiento por el cual los machos podrían indicar a sus parejas de forma honesta su estado de salud. De acuerdo con ello, en una serie de estudios los investigadores comprobaron que el acarreo de piedras era una actividad costosa para estas aves en la que solo los machos que gozaban de una mejor condición inmunitaria eran capaces de transportar las piedras de mayor tamaño. Esto es fácil de entender considerando que las piedras pueden pesar un cuarto del peso total del individuo (...extrapolen sus cálculos...). Según esto, la actividad del acarreo de piedras puede dar una pista a la pareja reproductora sobre la calidad del cónyuge, en base a lo cual, puede modular la inversión realizada en la progenie. Los resultados encontrados parecen apoyar esta posibilidad. Además, en las descripciones del comportamiento se observa como las hembras permanecen mirando a los machos mientras estos realizan el acarreo de las piedras, llegando en algunos casos a coger esas piedras ellas mismas y soltarlas nuevamente como una comprobación de primera mano de su peso, traducido a nuestro lenguaje, algo así como, que no me den gato por liebre.

Cuando un aprende sobre estos comportamientos no deja de venirle a la mente la posibilidad de que si las demostraciones de fuerza estereotipada en los hombres ante la presencia de féminas no dejan de ser demostraciones desde nuestro lado más salvaje. Siguiendo el estereotipo de las películas, para “ligar” ya hay que aparcar las flexiones en la playa, mejor llevar con nosotros una enorme piedra. Cuanto menos, sería gracioso, ¿no les parece?

Para saber más (fácilmente accesible y en castellaño, con referencias a las publicaciones originales):

Enciclopedia virtual de los vertebrados españoles (Collalba negra).

Fargallo, J.A. 2003. Presencia y ciencia española en la Antártida: la investigación del pingüino barbijo. Apuntes de Ciencia y Tecnología 8: 31-42.

Imagen obtenida de aquí.

06 agosto 2008

La mosca bajo los ojos del literato

El pasado domingo, circulaba por casa el dominical de El País, como de costumbre. Al abrir el correo, como de costumbre también en una mañana de domingo, me encontraba con un mail de la lista de correo de la SESBE en el que se recomendaba un artículo, de Sampedro, donde se defendía la teoría de la selección natural por selección natural frente al pensamiento arcaico e infundado creacionista. Aunque interesante, mi atención se centró en otro autor, uno que aprendí a admirar gracias a Brainy y esas eternas discusiones en los pasillos de la facultad. Ese columnista de los viernes, autor de innumerables obras literarias, tertuliano habitual de las tardes radiofónicas, J.J. Millás.


La labor de los blog científicos es intentar (al menos, con más o menos éxito) conectar a todos aquellos, más o menos conocedores de la ciencia, con esta rama del conocimiento. Ya no vale el argumento de ser de ciencias o de letras para desconocer totalmente lo típico del otro. La batalla entre ambas ramas del conocimiento debe pertenecer al pasado (ver, ver). En ese ámbito colocamos el artículo de Millás. El autor describe (con la maestría de un escritor) y desde su prisma, aunque asesorado por científicos, la vida de una pareja de moscas de la fruta. En biología, estos animales son un modelo fundamental de estudio y suponen el medio sobre el que se testan multitud de pruebas en favor de la evolución. Su reducido tamaño, que supone un abaratamiento en su mantenimiento en términos de espacio y comida, y su alta tasa de multiplicación las posicionan como unos organismos ejemplares para estos estudios. Pero la visión de Millás no sólo sirve para acercar a los profanos en la vida de las moscas a las características típicas de su ciclo vital o de su estudio, también nos da a los que estamos más familiarizados con su manipulación una visión distinta de estos organismos. Él también se pregunta, en cierto modo, por qué las moscas son animales de segunda (ver) y nos recuerda que esos animales tienen vida (y resulta fascinante), algo de lo que posiblemente nos olvidemos cuando nos acostumbramos a tratalos como meros instrumentos en los que comprobar nuestras hipótesis. Desde aquí una recomendación a su lectura.

09 mayo 2008

Aquí huele raro. Yo no paso.

El olfato es un importantísimo mecanismo de detección en multitud de animales. Mediante su olor, las especies son capaces de discriminar entre alimentos, pero además está involucrado en el reconocimiento de individuos o en la orientación. Pero, estos son solo unos pocos ejemplos, pues el olfato en multitud de animales es un herramienta vital que está estrechamente relacionada en la interacción depredador-presa, en la cual, el depredador puede servirse de su olfato para detectar a su presa y por su parte, este puede servir a la potencial presa para evitar ser depredada.


Multitud de estudios en diferentes especies de vertebrados e invertebrados han puesto de manifiesto el papel del olfato en la depredación, pero sorprendentemente las aves apenas han sido empleadas como modelo de estudio. ¿Por qué? ¿Acaso las aves no son capaces de oler? Recientemente, un estudio a puesto un poco de luz a este problema (1) y la respuesta parece ser clara, las aves sí pueden oler a sus depredadores. En este estudio, los investigadores utilizaron el olor de un mustélido para detectar aquellos mecanismos comportamentales que tuviesen unas pequeñas aves forestales (el herrerillo común, Cyanistes caeruleus) que habitan en cajas nido. El diseño experimental englobaba un total de tres tratamientos diferentes, un grupo de nidos a los que se les añadía el olor del depredador, un grupo control a los que se les añadía el olor de un no depredador (en este caso, de codorniz) y un segundo grupo control a los que se les añadía el olor del agua (control absoluto, sin olor). Para demostrar una posible respuesta en las aves ante estos olores en los nidos, se realizó la filmación de los nidos durante el periodo de cebas de los polluelos, observándose que aquellos nidos en los que olía al depredador aumentaba el tiempo que transcurría hasta que los adultos empezaban a entrar en sus nidos a la par que el tiempo de permanencia de los padres dentro del nido disminuía considerablemente frente a los otros grupos control. A pesar de ello, la cantidad total de veces que los adultos entraban a cebar a sus polluelos o el crecimiento total de los mismos no se vio afectado por el tratamiento. Según esto, en presencia del olor del depredador, los adultos cebarían a sus polluelos a una mayor velocidad, de modo que el crecimiento total de sus polluelos no se vería afectado. Nuevamente, aquí nos encontramos con un ejemplo de evaluación de costes-beneficios, tan frecuentes en la naturaleza. Cebar o no cebar a los polluelos ante el riesgo de ser depredado. Pero, una vez decididos a entrar, hagámoslo deprisa. Lógicamente, esta estrategia tiene que suponer ciertos costes en las aves, como una aceleración del metabolismo del adulto, quizás un peor reparto del alimento entre los polluelos o una peor limpieza del nido (recordemos que en muchos casos el adulto recoge las heces de los polluelos en cada ceba, por lo que al reducir el tiempo dentro del nido, quizás estos padres dejen esas heces dentro del nidal).

Por otro lado, la demostración de la capacidad de respuesta de los animales frente al olor de sus depredadores puede tener un carácter aplicado. Los animales salvajes representan en muchos casos un peligro en las carreteras, produciéndose accidentes que cuestan la vida de personas y de los propios animales. Así, por ejemplo, en diferentes países europeos, desde hace años se está realizando la siguiente estrategia. Se colocan sustratos con olor a lobo, oso o humanos en los bordes de las carreteras en las que se producen atropellos de corzos, ciervos o jabalíes. De este modo, parece que los potenciales depredadores evitan pasar por esos caminos reduciendo en gran medida el número de accidentes. Así pues, la ciencia básica puede, a posteriori, tener aplicaciones que jamás uno pudiera haber pensado. ¿Quien pensaría en un principio si “serviría de algo a los humanos” saber si huelen y responden a esos olores los animales? Posiblemente nadie, pero ahí está. Por el momento, ahora sabemos que esto también ocurre en aves.

(1) Amo et al. 2008. Predator odour recognition and avoidance in a songbird. Functional Ecology.

17 abril 2008

Noticia en Nature, penoso papel de la farmacéutica

Las farmacéuticas tienen una mala reputación generalizada. Pero de ser esto cierto, la verdad es que a uno le da una pena enorme (aparte de un posible temor por las consecuencias, sed de justicia, desilusión...), ya sea por el lado de la empresa como por el lado de los autores implicados. ¿Esto tendrá que ver también en la patología de los científicos de los últimos tiempos, la publiquitis? ver.

27 marzo 2008

A los pájaros no les da igual cualquier casa

Multitud de estudios en el ámbito de la ecología evolutiva utilizan las aves como modelo de estudio. Las aves son unos animales relativamente fáciles de manipular en estado silvestre y aceptan ocupar los nidales artificiales que les sean suministrados. Esto hace que en muchos casos, los investigadores colocan cajas nido para aumentar la disponibilidad de lugares de cría para estas especies y así aumentar la disponibilidad de aves (parejas y polluelos) para sus estudios. Pero, las cajas nido no sólo se emplean en este contexto, también son muchos los aficionados a la ornitología que colocan estos nidales en sus jardines para poder observar, de cerca, sus preciadas aves. Por otro lado, la colocación de cajas nido ha sido un mecanismo muy utilizado en los planes de gestión ambiental, como un medio por el que conseguir aumentar la población de aves insectívoras forestales, las cuales, son beneficiosas para los intereses del hombre al depredar diferentes especies de insectos considerados plagas (1).

De manera general, las cajas nidos más utilizadas, principalmente debido a su coste, son las clásicas cajas tipo párido construidas en madera. El problema de estas cajas es su vulnerabilidad a la intemperie, lo que conduce a su gran deterioro en pocos años. Además, de no hacerse un seguimiento conciso de las cajas, año tras año estas acumulan material procedente de los nidos de las aves. Este material, además de aumentar el peso de la caja y favorecer su deterioro también representa un perjuicio para las propias aves reproductoras. En este contexto, se ha visto que los herrerillos que ocupaban cajas con nidos antiguos se veían afectados en su masa corporal y en el éxito reproductor, debido principalmente a las mayores abundancias de ectoparásitos presentes en estos nidos (2). Esto apoya el hecho de que la colocación de nidales artificiales tiene que ir acompañado de un seguimiento y mantenimiento de los mismos, con el fin de no perjudicar a las poblaciones que los ocupen.

Por otro lado, estudios más recientes, como el que puede encontrarse en el número del mes de Abril de la revista Quercus (3), ponen de manifiesto que otros modelos de cajas nido podrían resultar más beneficiosos para las aves que los clásicos modelos de madera. En el estudio citado, los autores relatan que las cajas nido construídas con la mezcla de cemento y serrín ofrecen a las aves una mayor protección frente a depredadores (como los pico picapinos los cuales rompen con facilidad las cajas de madera y devoran a los polluelos) y suponen una mejor defensa térmica (a las condiciones ambientales en el exterior de la caja) frente a las cajas de madera. Esto, unido a factores que explicaremos un poco más adelante, desencadena en la mayor preferencia de las aves por utilizar nidales construidos con esa mezcla de cemento y serrín que por los modelos clásicos construídos en madera. Además, este estudio desarrollado principalmente con gorrión molinero, pone de manifiesto que las parejas que utilizaron nidales de cemento y serrín iniciaron antes la puesta de sus huevos y los incubaron durante un periodo de tiempo más reducido hasta que se produjo la eclosión. Dados los enormes costes que suponen la incubación de los huevos de las aves, máxime cuando las condiciones ambientales no son propicias (ver al respecto 4, como un magnífico ejemplo de comportamiento en aves) estos nidales podrían ofrecer un mejor sustento para la conservación de las poblaciones de aves en peligro.

(1). Sanz, J.J. Cajas-nido para aves insectívoras forestales. Colección Naturaleza y Medio Ambiente. Caja Segovia.

(2). Tomás et al. 2007. Consequences of nest reuse on parasite burden and female health and condition in blue tits (Cyanistes caeruleus). Animal Behaviour, 73: 805-814.

(3). García-Navas et al. 2008. Preferencias del gorrión molinero ante dos modelos de cajas-nido. Quercus 266: 14-21.

(4). Lobato et al. 2006. Maternal clutch reduction in the pied flycatcher: an undescribed clutch size adjustment mechanism. J. Avian Biology 37: 637-641.

26 febrero 2008

¿Parásitos más grandes en hospedadores mayores? La regla de Harrison en piojos y aves.

Los piojos son parásitos de multitud de vertebrados que presentan importantes adaptaciones a la vida en sus hospedadores y más concretamente a diferentes partes de su cuerpo. De este modo, a modo de ejemplo, podemos encontrar especies que se caracterizan por vivir en las alas de las aves mientras que otras viven en las plumas del cuerpo. En el estudio de estos organismos destaca la figura de Dayl H. Clayton, investigador que desarrolla su carrera desde hace muchos años abordando diferentes problemas de la ecología del parasitismo utilizando como modelos piojos y palomas principalmente. Recientemente, este investigador y sus colaboradores testaron una interesante hipótesis conocida como la regla de Harrison. Según esta regla, el tamaño corporal de los parásitos que parasitan especies de mayor tamaño son mayores que aquellos que parasitan especies hospedadoras de tallas más pequeñas (citando textualmente “In general, when a genus is well distributed over a considerable number of nearly related hosts, the size of the parasite is roughly proportional to the size of the hosts”. Harrison 1915, p. 96).

En un primer estudio interespecífico estos investigadores encontraron que el patrón predicho por Harrison se cumplía perfectamente para el caso de los piojos de las alas, pero no así en el caso de los piojos de las plumas corporales. Además estos autores encontraron que mientras que las especies de piojos de las alas incrementaban su tamaño a medida que lo hacía el tamaño de la pluma del ala de la especie hospedadora, este no era el caso de los piojos del cuerpo, lo que sugiere una gran adaptación del parásito a las plumas del ala y no a las del cuerpo. La explicación que se aportó para todo esto es que las diferentes especies de piojos del cuerpo utilizan diferentes microhábitats dentro de las plumas del cuerpo. Posteriormente, los autores continuaron poniendo a prueba la regla de Harrison utilizando sus modelos más característicos, palomas como especies hospedadoras y piojos (de alas y cuerpo) como parásitos. En esta ocasión, los investigadores realizaron un experimento en el que trasferían piojos característicos de unas especies de palomas de gran tamaño a otras especies de tamaños consecutivamente más reducidos. Además, este experimento se realizó en dirección contraria, es decir, piojos de especies de pequeño tamaño hasta palomas cada vez más grandes. Ellos observaron que los piojos no sobrevivían cuando se les transferían desde especies más grandes a más pequeñas, salvo que a las palomas se les impidiese desarrollar su comportamiento de limpieza de parásitos. En el experimento en sentido ascendente comprobaron que en ningún caso, evitando o no el acicalado, las especies parásitas pudieron sobrevivir. Aunque en un primer momento pudiera pensarse que la imposibilidad de parásitos pequeños para sujetarse en plumas más grandes pudiera ser la respuesta a esto último, los investigadores sugieren que la imposibilidad de reproducción en los hospedadores de mayor tamaño es la principal clave de este enigma. Según ellos, la posibilidad de encontrar emparejamientos debe aumentar en los hospedadores de menor tamaño debido a una mayor facilidad para detectar en ellos las señales químicas que utilizan los piojos para localizar a sus potenciales parejas. Conjuntamente estos estudios arrojan importantes evidencias sobre la interacción entre ectoparásitos y hospedadores, con implicaciones en la coevolución de estos organismos a diferentes escalas evolutivas. No se si será muy posible este ejemplo, pero a modo ilustrativo, imaginaros una garrapata de elefante en el cuerpo de una musaraña y al contrario, ¿no parece muy lógico verdad?

Harrison, L. 1915. Mallophaga from Apteryx, and their significance; with a note on the genus Rallicola. Parasitology 8:88–100.

Johnson, K.P., S.E. Bush and D. H. Clayton. 2005. Correlated evolution of host and parasite body size: Tests of Harrison's Rule using birds and lice.
Evolution 59:1744-1753.

Bush, S.E. and D.H. Clayton. 2006. The role of body size in host specificity: Reciprocal transfer experiments with feather lice.
Evolution 60:2158-2167.

24 septiembre 2007

Los bichos también lloran


Ante todo saludar a todos los lectores; sé que he tardado mucho en volver, os pido disculpas, pero por motivos laborales y ciertos problemas con el Microchof Windows, junto con cierto grado de pereza (lo admito) no he vuelto a publicar de nuevo hasta ahora. Os prometo que escribiré más a menudo.

No sé si a alguno de nuestros lectores se le ha pasado por la cabeza preguntarse por qué ciertos estímulos sensitivos son dolorosos. Es decir, ¿por qué sentimos dolor? Seguro que a muchos os gustaría no padecer dolor, que nada nos doliera. Pues os digo que yo sí quiero que mi cuerpo interprete ciertos estímulos como dolorosos. Los nociceptores (estructuras especializadas en la percepción de los estímulos dolorosos) son bastante antiguos evolutivamente, con lo que nos da una primera pista que esto de sentir dolor (nocicepción) tiene que ser adaptativo.

Imaginaos andar por lava ardiendo sin sentir nada: estaría bien ¿no? Pues no: una cosa es que no te duela y otra cosa es que tus tejidos aguanten el paseo; el dolor es una manera que tiene el cuerpo de decirnos: eso puede dañar tus tejidos y por tanto puede acarrear peligro para tu supervivencia.

El desarrollo de la experiencia dolorosa y la expresión del comportamiento relacionado con ella, va desde los reflejos innatos hasta un comportamiento complejo modulado por factores cognitivos, afectivos y socioculturales que implican necesariamente el desarrollo evolutivo del sistema nervioso. La habilidad para responder a los estímulos nocivos es un característica básica de todos los animales de la escala filogenética. Por ejemplo los protozoos, son unos seres unicelulares que, a pesar de no tener un sistema nervioso presentan una conducta aversiva que ser caracteriza por una aceleración o inhibición de la locomoción como respuesta a un estímulo potencialmente peligroso para su integridad como ser vivo, y por tanto, su supervivencia.
En cnidarios (pólipos y medusas)existe un sistema nervioso simple que funciona con sinapsis eléctricas; estos animales presentan una respuesta antinociceptiva caracterizada por la contracción del cuerpo, retirada y una respuesta electrofisiológica a los estímulos nocivos químicos o mecánicos.
En platelmintos (gusanos planos, es un ejemplo la tenia) en los que ya existe una simetría bilateral, presentan respuestas aversivas a través de mecanismos centrales y periféricos, además estas respuestas son susceptibles a habituación.
En anélidos aparecen las células “N” consideradas nociceptores; en la la lombriz de tierra (Lumbricus terrestris) las respuestas aversivas se pueden modificar por analgésicos narcóticos, como la morfina.
Los moluscos son los invertebrados que poseen el sistema nervioso más complejo, en cuyo ápice podríamos situar a los cefalópodos como el Octopus vulgaris. Este animal presenta, ante la presencia de un estímulo potencialmente dañino, una conducta compleja, capacidad para el aprendizaje y un sistema sensorial bastante desarrollado (de hecho se han descrito varias vías o tractos encargados de la transmisión de este tipo de estímulos.

En los vertebrados, debido a la mayor complejidad de su sistema nervioso, se da un comportamiento frente a los estímulos dolorosos mucho más dinámico, variable y único. A pesar de toda la complejidad que se da en sistema sensitivo de vertebrados, se siguen manteniendo respuestas reflejas en las que, en un primer momento, no se da un control desde la corteza cerebral
En el próximo post (o apunte) hablaré más detenidamente de la transmisión del dolor en vertebrados y de ciertas curiosidades que tienen (como todo) su base anatómica, ya que si no el tamaño del apunte sería excesivo para leerlo delante de una pantalla de ordenador.

Con este apunte más que nada quería expresar que todos los seres vivos de este planeta pueden “sentir” (permitirme la licencia de usar esta palabra) dolor, es decir, que cada animalito por simple y pequeño que sea tiene la capacidad de responder ante un estímulo que para él es, cuanto menos, molesto o potencialmente peligroso para su supervivencia; y permitidme añadir que esto se puede extrapolar, salvando las distancias (por favor abran su mento y no sean simplistas), al reino vegetal, ya que es bien sabido que los vegetales pueden responder ante estímulos agresivos en los que se implique daño tisular mediante sustancias químicas que se han llamado hormonas vegetales (cuidado, estoy hablando de reacciones ante un daño tisular, quiero aclarar que NO estoy hablando de reacciones ante estímulos dolorosos, sino de reacciones de un ser vivo ante un estímulo que implica daño tisular)

Con esto quiero decir que por favor concienciemos a la gente que no sólo los animales que pueden chillar, digámoslo en otros términos, no sólo los animales dotados de un aparato fonador perceptible por el oído humano son los que sienten dolor, ya que esa es una de las múltiples respuestas que se pueden emitir ante un estímulo doloroso; existen, como hemos mencionado otras tantas que han sido interpretadas como respuestas aversivas al dolor (o estimulos potencialmente dañinos para los tejidos del ser vivo). Por tanto hago un llamamiento a todas las plataformas anti-experimentación animal, que en sus folletos sean rigurosos con lo que defienden y no sólo pongan al mono con el estereotáxico, al ratón enjaulado y al perro atado, sino también a la mosca del vinagre en el tubo, al nematodo Caenorhabditis elegans, o al pez cebra, pero claro, de los que están leyendo ahora mismo esto, ¿a quién le da lástima una mosca del vinagre que muere en éter? Eso no tiene gancho publicitario ¿verdad?

Este último párrafo puede dar lugar a un debate interminable, con lo cual desde un principio voy a dar mi punto de vista: la experimentación animal con fines científicos es necesaria, nos guste o no; el uso de animales para otros fines que yo particularmente no lo considero experimentación científica (usos militares, cosméticos) lo veo perfectamente sustituible por otros modelos, aunque mi conocimiento del uso de animales en cosmética, donde se usan productos cada vez más sofisticados y con unos principios activos que hay que estudiar a fondo antes de la aplicación en humanos, no es muy extenso la verdad. Ni merece la pena hablar de las “fiestas” populares ya que esto es un foro científico.
Si bien tengo que decir también que en estos tiempos en los que el ansia por obtener publicaciones hace a muchos grupos de trabajo usar más animales de los estrictamente necesarios para experimentos muy similares a trabajos anteriores por el simple hecho de obtener una publicación más. Esto es una cosa que habría que controlar más.

En fin espero que esto genere debate que es de lo que se trata

Un saludo a todos