19 noviembre 2011

El cerebro invade la ciudad.


Para todos aquellos interesados en temas relacionados con las ciencias del cerebro, a partir de este mes de noviembre y hasta el año que viene (que será el año del Cerebro) se realizarán en Barcelona una serie de conferencias que pueden ser muy interesantes. Dos de ellas estarán dedicadas a la relación entre psicología y magia, que prometen ser muy interesantes, amén de otras que tratan los famosos temas neuro- (neuroestética, neuroeconomía, neurodidáctica) que a mí personalmente no suelen atraerme demasiado por lo poco que aportan a nivel explicativo. Sin embargo algunas de estas charlas nos podrán permitir ver a muy buenos científicos como son Semir Zeki (un experto en el sistema visual y la conciencia) o Robert Zatorre (un experto en el sistema auditivo).

Si tenéis oportunidad, no dudéis en pasaros por alguna de ellas.

Aquí os dejo un enlace al programa completo y esta es la web oficial.

15 noviembre 2011

La cara oculta del placebo: el nocebo.


Es muy común que cuando evaluamos la eficacia de las terapias alternativas recurramos al famoso efecto placebo, es decir, la expectativa de que el tratamiento va a ser beneficioso puede dar lugar a una recuperación de síntomas no demasiado graves. Este efecto es muy conocido en medicina y por eso en todos los ensayos clínicos serios se incluye un grupo experimental denominado placebo al que se le administrará un tratamiento que tendrá las mismas características que aquel que se está evaluando (por ej. si se trata de una pastilla, al grupo placebo se le dará una pastilla exactamente igual pero sin el principio activo). Esto no es información nueva porque ya se sabe hace muchos años pero, ¿qué ocurre si las expectativas del paciente, en lugar de ser positivas son negativas? En ese caso existe la probabilidad de que los síntomas de la persona empeoren y que tenga lugar lo que se denomina efecto nocebo, que sería la cara oscura del placebo.

Antes de meternos en faena, una apreciación de tipo lingüístico. Hay autores a los que no les gusta hablar de “efecto placebo” o “efecto nocebo” porque en esa expresión subyace la idea de que el tratamiento en sí produce un efecto (lo igualaríamos a un efecto farmacológico), por eso algunos optan por llamarlo reacción o respuesta placebo/nocebo, ya que es en realidad eso, una respuesta de nuestro organismo a las expectativas que tengamos con respecto a la eficacia del tratamiento. Hecha esta distinción previa, pasemos a hablar de la respuesta nocebo.

Hay situaciones en las que un alto porcentaje de la gente tiene expectativas negativas sobre un cierto tratamiento. El ejemplo ideal es el de la visita al dentista. Sin embargo, por más que he buscado no he encontrado estudios en relación con esta profesión y el efecto nocebo (podrían ser catastróficos para su imagen). Bromas aparte, la respuesta nocebo ha sido demostrada experimentalmente en ciertos trabajos. Por ejemplo, en la revista Pain se publico un estudio en el que se evaluaba la efectividad de diversos tratamientos contra las migrañas y se observó que los individuos del grupo placebo mostraban un alto porcentaje de efectos adversos (en algunos casos de hecho eran sólo los individuos de este grupo los que mostraban tales efectos secundarios). En otro trabajo se mostró que de 75 personas a las que se les inducían náuseas de forma artificial, 25 de ellas presentaban incluso más náuseas cuando les era administrado un placebo.

Parece ser que la expectativa del paciente es fundamental en la aparición de la respuestas placebo y nocebo. Un trabajo mostró en los años 80 que el informar sobre los efectos secundarios de ciertos tratamientos podía dar lugar a un incremento en la aparición de enfermos de corazón. El estar asimismo informado sobre efectos negativos de algo que no los produce también puede dar lugar a la aparición de la respuesta nocebo, como si se tratase de una infección. Así, en el año 62 trabajadores de una fábrica textil comenzaron a sufrir dolores de cabeza, irritación de la piel o náuseas que atribuyeron a la presencia de un mosquito que habría llegado de Inglaterra entre una partida de telas. Sin embargo no se encontró al mosquito en cuestión y sí que se observó una “infección psicogénica masiva” alrededor del mundo que afectaba por lo general a comunidades pequeñas y que se extendían más rápidamente entre mujeres que habían visto a otras sufrir esa misma condición. Y es que este es otro de los factores que influyen en la aparición de la respuesta placebo/nocebo, la empatía. Si se observa en alguien un efecto beneficioso o perjudicial de un determinado tratamiento y la empatía con esa persona es grande (si es un amigo o familiar cercano), habrá más probabilidades de que esa persona dé lugar a una respuesta placebo o nocebo en función de las circunstancias. Este último aspecto podría tener mucho que ver con el famoso “a mí me funciona” que corre de boca en boca sobre todo en el caso de las llamadas terapias alternativas. En general el placebo y nocebo se ven como extremos de un continuo donde los mismos condicionantes pueden llevarnos de un extremo a otro en función de las circunstancias.

Y, a nivel del encéfalo, ¿qué regiones estarían implicadas en estas respuestas? Un estudio reciente observó la actividad del cerebro en respuesta a un potente analgésico en función de las expectativas de los individuos acerca del tratamiento (inducidas en cierta medida por los investigadores). Lo que se observó es que aquellos que presentaban una expectativa positiva mostraban un incremento de la actividad de regiones relacionadas con el control del dolor (por ej., la sustancia gris periacueductal), mientras que en aquellos que presentaban expectativas negativas esas regiones no se activaban y sí otras como el hipocampo. En cuanto a las moléculas que podrían dar lugar a estas respuestas, se ha visto que la colecistoquinina, que media, entre otras cosas, respuestas de dolor, podría estar implicada en la hiperalgesia (sensación incrementada de dolor) producida por la respuesta nocebo.

Por último, existen casos extremos del efecto nocebo. Por ejemplo, algunas muertes producidas por el uso de magia negra o vudú. No son muy frecuentes pero personas especialmente susceptibles pueden verse afectadas de forma muy negativa por la expectativa negativa que estas prácticas generan en ciertas culturas. Y no debemos olvidar que incluso algunas terapias alternativas pueden dar lugar a respuestas nocebo, por lo que no serían tan inocuas como sus defensores suelen defender.

La existencia de estas respuestas placebo y nocebo plantean cuestiones éticas importantes en el tratamiento médico. Por ejemplo, si sabemos que la información sobre efectos secundarios de un tratamiento puede disparar la respuesta nocebo, ¿debe primar entonces la información del paciente sobre las posibles consecuencias negativas de esa información? Se sabe, por ejemplo, que si a un paciente al que se está administrando un analgésico por vía intravenosa se le informa de que ese tratamiento ha sido detenido pero en realidad sigue siendo administrado el efecto analgésico de ese tratamiento se ve reducido. Otra cuestión interesante al respecto es si debe fomentarse entre los médicos el adquirir estrategias para fomentar la confianza de los pacientes en los tratamientos, incluso aunque a veces se exageren algo los resultados, para así favorecer las respuestas placebo. Son estas cuestiones que deberán ser estudiadas en tiempos venideros.

Una nota curiosa pero anecdótica: me contaba el otro día un veterinario que a veces cuando les llega gente con su perro o su gato diciendo que su mascota está apática, que ya no juega con ellos, etc (imagino que sabéis a lo que me refiero) muchas veces le inyectan solución salina a la mascota y los dueños se van tan tranquilos. ¿Sería eso efecto placebo de segundo orden?


06 noviembre 2011

Sobre el fraude científico y los medios de comunicación.


Hace unos día se ha sabido que el investigador (¿o sería más bien himbestigador?) holandés Diederik Stapel cometió fraude en decenas de publicaciones científicas, algunas de alto impacto, como Science, que se ha apresurado a escribir un editorial en el que advierte de la poca credibilidad que tendrían los datos presentados por este psicólogo.

Los hechos por supuesto son reprobables, como si suceden en cualquier otra ocupación. Nos indigna ver que un delantero se tira en el área contraria simulando un penalty, que un policía se lucra vendiendo la droga que decomisa o que un banquero…en fin, cualquier cosa que haga un banquero. Posiblemente lo peor que puede hacer un científico es falsear datos o, como en el caso de este psicólogo holandés, inventarse esos datos, que ya puestos en faena es más cómodo que tener que hacer el experimento para luego amañar los resultados (ya que somos ruines lo somos por partida doble).

Sin embargo, lo que me interesaba en este caso es comentar brevemente el papel de los medios en estos casos de fraude científico. Los que nos dedicamos a la ciencia somos los más indignados con el tema porque pasamos muchas horas en el laboratorio obteniendo muchos resultados negativos y decepciones como para que alguien que no ha movido un dedo o que ha falseado datos consiga publicaciones en revistas de alto impacto, con todo lo que ello significa (mayor reconocimiento, mayor acceso a becas o contratos, mejores subvenciones…). Por otro lado, teniendo en cuenta que los fondos destinados a la investigación dependen en gran medida de la aportación del estado y, por tanto, de los contribuyentes, el fraude científico sería casi equiparable a una malversación de fondos que afecta a la sociedad en su conjunto. Ahora bien, sabemos que los casos de fraude científico no son excesivamente numerosos y la ventaja que tiene la ciencia con respecto a otras formas de creación de conocimiento es que esos nuevos datos, si son relevantes, van a intentar ser reproducidos por otros grupos de investigación, por lo que más tarde o más temprano se terminará sabiendo si ha habido fraude o no. Por este motivo, algo que a priori tampoco es tan relevante en cuanto a sus consecuencias prácticas (nada comparable, por ejemplo, a una estafa económica) adquiere una importancia sustancial en los medios de comunicación.

Durante estos días la noticia del fraude del psicólogo holandés ha aparecido en casi todos los medios de comunicación, en algunos casos incluso entre las noticias destacadas del día, lo cual no me parece en absoluto censurable, pues es una información relevante que debe ser conocida por el público. El problema es que la ciencia no goza de demasiados titulares en la prensa y los medios de comunicación en general, por lo que el tratamiento que se hace de estas noticias puede dar la sensación de que el fraude es una práctica habitual de los científicos, contribuyendo a crear una figura negativa del científico, al menos en algunos sectores de la población. Por suerte los científicos gozan de la valoración más alta por parte de los ciudadanos en comparación con muchas otras ocupaciones.

Por otro lado, en los medios se exagera la importancia de fraude científico intentando enfatizar el papel del científico que lo ha cometido, haciéndolo pasar por una “autoridad mundial en su campo”. Yo, sinceramente, a Stapel no lo conocía y de hecho jamás había visto titulares en medios de comunicación haciendo referencia a sus investigaciones. También he llegado a escuchar en algún telediario que nadie se explica cómo el artículo publicado en Science pudo pasar los filtros para llegar a ser publicado. Hombre, no seamos ingenuos. Fabricar datos no es tan complicado. Basta con saber que un tema es relevante y saber las preguntas adecuadas que deben formularse para publicar con impacto alto. Otra cosa es que haya que hacerlo bien, y Stapel parece que no lo hacía mal.

Que conste que creo que los medios están haciendo un esfuerzo en los últimos años por informar mejor sobre ciencia, aunque todavía queda mucho por mejorar, y podrían aprender de muchos bloggeros, que informan mucho más y mejor sobre ciencia que los principales medios de este país. Por ejemplo, muchas de las noticias que se dan en los periódicos y televisión son calcos de otras por la sencilla razón de que los periodistas copian los comunicados de prensa que les envían una semana antes de su publicación las revistas científicas más importantes, como son Science, Nature o Lancet, que en general, son buenos artículos periodísticos (están escritos con ese fin), pero que hacen que la información que se ofrece sobre la ciencia en los medios sea muy homogénea y que a menudo no se hable de artículos publicados en otras revistas muy interesantes aunque menos mediáticas que las otras. Aunque este es otro tema del que posiblemente hablaremos en el futuro.

01 noviembre 2011

¿Dónde está la teoría evolutiva en los planes de estudio?

Llevo dándole vueltas en los últimos tiempos a algo que me parece, cuanto menos, triste (y, cuanto más, vergonzoso). La teoría evolutiva no cuenta con ninguna asignatura en la carrera de Biología. Al menos esa es mi experiencia. En mis cinco años de licenciatura de Biología (y, aclaro, entre los años 1999-2004) tan sólo oí hablar de Darwin (aunque apenas de su teoría) de forma explícita en una asignatura optativa que a pesar de su nombre pomposo no era más que una Historia de la Ciencia y en otras dos ocasiones escuché conceptos relacionados con la teoría evolutiva como la selección sexual, la deriva genética y otros, esta vez en dos asignaturas de antropología. Y nada más. Esa es toda la teoría evolutiva que escuché en la carrera de biología. Desconozco si esto ocurre en otras universidades (aclaro, estudié en la Complutense de Madrid) o si resulta que no escogí las asignaturas adecuadas. Pero el resultado final es que uno puede ser licenciado en biología sin tener la menor idea de la teoría evolutiva, lo que podría equipararse a decir que uno es matemático sin saber nada de los trabajos de Gauss o que se es físico sin conocer las aportaciones de Newton a la astronomía o la óptica.

Pero la cosa es incluso peor, porque en el colegio y durante mis años de bachillerato y COU (sí, soy de esos) tampoco escuché hablar de Darwin. En los últimos tiempos he intentado recordar si fue así, pero juro que si alguien me habló de la teoría evolutiva yo debía estar en un viaje astral. De hecho, en el examen de Selectividad la teoría evolutiva no formaba parte del temario y aquí tenéis a alguien sacando un nueve y pico en biología sin tener ni guarra de quién era este señor de barbas de la derecha del blog. La situación no sólo es contradictoria (en filosofía, ay de ti si no sabías quiénes eran Platón o Aristóteles) sino que además es peligrosa. Es peligrosa porque aquellos que estudiaron las opciones de letras jamás han oído hablar de la teoría evolutiva en una clase, y mucho menos durante la carrera. Es curioso que cuando se piensa en gente culta nunca vienen a la mente conocimiento científicos, pero el no saber en qué contribuyeron Galileo, Newton, Darwin, Bohr o Einstein a sus respectivas disciplinas puede ser algo tan grave como no saber qué escribió Shakespeare o quién fue el primer césar romano.

El principal problema de esta flagrante ausencia de la teoría evolutiva de los planes de estudio es la mala comprensión de la misma. Es difícil que alguien jamás haya oído hablar de ella, pero más difícil es que alguien te explique bien en qué consiste. Te encuentras a menudo con el famoso apotegma “es una teoría que dice que sobreviven los más fuertes” o explicaciones de cosecha propia que es mejor no reproducir. El tema es serio porque una persona con formación en biología puede llegar a decir sandeces (yo las he escuchado personalmente) acerca de algo que debería saber al dedillo y de lo que, sin embargo, jamás le han hablado en la carrera. Y, por supuesto, es peor en el caso de licenciados en carreras de humanidades, que ni por asomo se han cruzado con contenidos de ciencias y que en muchas ocasiones (salvo honrosas excepciones) creen que el lenguaje científico es intraducible y no hacen el mínimo esfuerzo por comprenderlo. Y sin embargo la teoría evolutiva, que es relativamente sencilla (al menos en comparación con otras ciencias que requieren un mayor aparato matemático) les podría ayudar a entender la utilidad de campos de conocimiento muy diversos como la paleontología, la geología, la zoología comparada, la genética, la antropología, la física de las radiaciones y sus aplicaciones para la datación de restos fósiles, y las propias aplicaciones de la teoría evolutiva en la psicología evolutiva o la antropología cultural.

¿Para cuándo entonces una asignatura acerca de la teoría evolutiva? Hay contenido suficiente como para crear una asignatura de 6 créditos (y más, si quisiéramos). Eso permitiría a los futuros biólogos, no sólo ser mejores biólogos (que no es poca cosa), sino defenderla de forma más eficaz de críticas sin fundamento y poder explicarla mejor en su entorno, ese que jamás habrá oído hablar de ella o tendrá solo vagas nociones de la misma. Lo mismo estoy metiendo la pata y ya existe dicha asignatura y este apunte no valga para nada. Sinceramente espero que así sea.