14 noviembre 2013

Con un poquito, me basta
 
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Para qué sirven los mosquitos, es una pregunta rutinaria que se plantea la gente. Realmente no siempre es fácil de “justificar” los beneficios que pueden desde un punto de vista antropocéntrico (aunque no tienen que tenerlos), pero aparte de la fascinación que despierta su estudio, desde hoy les podemos asignar una “nueva función”.

Los mosquitos hembras se alimentan de la sangre de los vertebrados para poder obtener una fuente proteica que les permita desarrollar sus huevos. Esto hace que tengan comportamientos tremendamente sofisticados que les permitan contactar con esos hospedadores, por pequeños que pudieran llegar a ser. Curiosamente, unos investigadores chinos acaban de publicar un video en el que es posible observar como los Culicoides, unos pequeños “mosquitos” también hematófagos, son capaces de alimentarse de la sangre del abdomen de un mosquito. Aunque existían registros escritos de la posible ocurrencia de este fenómeno, esto supone una clara prueba visual del mismo. Algo así como un mosquito alimentándose de la comida de otro mosquito.

De este modo, los mosquitos ya tienen su nueva función, “ser la fuente de alimento de otros mosquitos”. Si consideramos que los mosquitos son parásitos, aunque con una relación temporal con sus hospedadores, este sería un claro ejemplo de hiperparasitismo, un parásito alimentándose de otro parásito. ¡No es de extrañar que el parasitismo sea una de las formas de vida más común en el planeta!

Para ver el video







09 abril 2013

Recomendación para llenar la mesilla



Es el turno de los parásitos... pequeños, casi insignificantes a nuestros ojos y en muchas ocasiones, aparentemente sencillos... pero que realmente albergan mil y una sorpresas, tantas como para llenar de magníficas historias el último libro de la colección SESBE, Diseñados por la enfermedad escrito por Santiago Merino. Desde aquí animaros a su lectura, divulgación científica más que recomendable para todos aquellos interesados en la ecología y la evolución...

Para aquellos que quieran saber más, ver las reseñas aquí o aquí.

08 abril 2013

¿Pagar por publicar?


A día de hoy, cuando uno tiene la fortuna de terminar un manuscrito, nos podemos encontrar con múltiples opciones a la hora de elegir donde publicar nuestros resultados, y aunque es obvio que siempre intentaremos publicar en las revistas “mejor colocadas” (aquellas con un índice de impacto), también nos toparemos con una dicotomía: “revista tradional” o de “libre acceso (open access)”.

Partiendo de la base que esto es un negocio para las editoriales, la diferencia más notable entre ambas opciones radica que mientras que en las primeras publicas cediendo los derechos del artículo a la revista (o editorial), en la segunda, los autores conservan los derechos del texto. Obviamente esto se traduce en que las primeras se lucran de las suscripciones de cada organismo (biblioteca…) y las revistas de open access, es el autor el que asume el pago del artículo y la revista hace accesible ese artículo a toda la audiencia posible. Como es lógico, estas alternativas tienen sus contraprestaciones, entre las que se encontrarían el compromiso entre la facilidad para que un artículo de libre acceso sea más accesible (potencialmente más citado) que su alternativa “de pago” a costa de asumir el pago de una cantidad nada desdeñable de dinero. En este sentido, las preguntas que nos planteamos son muchas ¿es siempre posible soportar estos gastos? ¿pagar el artículo o financiar futuros estudios del proyecto? ¿te darían un proyecto que contemplase una elevada (aunque realista) cantidad destinada a pagar los artículos?

En épocas de bonanza y había posibilidades, uno podía plantearse publicar uno o varios artículos (en el mejor de los casos y siendo afortunado por publicarlos) en revistas de libre acceso. Muchas de estas revistas ya se encuentran copando las primeras posiciones de los rankings de muchas categorías y obviamente, publicar en ellas siempre es interesante. Pero el coste que hay que asumir puede resultar un escollo insalvable para muchos autores. Bien es cierto que ciertas revistas te dan la opción de publicar “gratis” con una justificación adecuada. Además, las revistas tradicionales no siempre son “gratuitas” para el autor, y piden una cantidad por el coste de la edición e impresión del artículo. En este sentido uno no puede dejar de plantearse que si las revistas cobran por publicar a los autores, estos en su rol como revisores de artículos (y otras labores que pudieran desarrollar en beneficio de la revista) no deberían dejar de llevarse parte del pastel. Para reflejar con claridad de lo que estamos hablando, sírvanse algunos ejemplos: BMC Plant Biology (de BioMed Central) pide €1525 por cada artículo aceptado para publicación, en otras como PLOS Biology pueden llegar a pedir US$2900. Obviamente, viendo esto, las editoriales tradicionales también se han subido al carro del open Access y ofrecen a los autores pagar un coste extra por hacer su artículo en particular de libre acceso. En este caso, revistas como Parasitology piden la nada desdeñable cantidad de $2700 por artículo. Esto también es la ciencia en números…

No obstante siempre hay alternativas (o triquiñuelas, según se prefiera), una de ellas podrían ser los repositorios de las instituciones a las que pertenecen los autores en las que se publicarían artículos “tuneados” con los que pueden salvar el escoyo del copyright de las revistas. Otras alternativas cada día más ampliamente utilizadas son también recursos como “researchgate” donde los autores pueden hacer accesibles sus publicaciones y tienen el beneficio de que enlazan directamente desde buscadores generales como google académico.

Uno no puede dejar de pensar en estas tiranías del sistema…

03 diciembre 2012

Diez libros de ciencia para regalar en Navidades (o en cualquier otro momento).

Como las economías no están para grandes dispendios, aquí propongo una lista de diez buenos libros de ciencia para todos los públicos. Evitaré por tanto algunos clásicos solo aptos para iniciados que son muy buenos libros de ciencia pero no probablemente para generar el interés necesario a los legos en la cuestión. Vayamos allá:

-El hombre anumérico, de John Allen Paulos: un buen libro sobre estadística y matemáticas, escrito con mucho sentido del humor y en el que, aunque parezca raro, apenas aparecen números. Allen Paulos es un buen narrador y en este libro se centra en explicarnos algunos de los problemas que solemos tener al trabajar con números, sobre todo en ciertos casos en los que su aplicación puede ser contraintuitiva. Y nos enseña un buen timo con las apuestas que me reservaré para no dar pistas por si algún día lo uso.

-Rarología, de Richar Wiseman: este es un libro atípico de psicología. De hecho, no tiene nada que ver con los manuales de psicología habituales. Wiseman describe decenas de experimentos extravagantes pero que casi siempre aportan información muy útil para conocer mejor la mente humana o ciertos aspectos relacionados con nuestras creencias. En el libro se ponen a prueba la habilidad de un astrólogo para predecir las ganancias en bolsa, se evalúa la velocidad media a la que se camina en diferentes ciudades del mundo, sabremos quiénes son las personas que más se cuelan en las colas del supermercado, o cómo cazar fantasmas. Este lo he regalado en más de una ocasión.

-La falsa medida del hombre, de Stephen Jay-Gould: no creo que haga falta presentar a este monstruo de la divulgación y el que para mí es su mejor libro, aunque cualquiera de los que escribió está a muy buen nivel. En La falsa medida del hombre, el autor estadounidense se centra en los diferentes estudios que han tratado de evaluar la inteligencia humana. Se tocan temas tan controvertidos como las diferencias de raza o de género, la influencia genética sobre la inteligencia y la eficacia de los diferentes métodos para evaluarla.

-La tabla rasa, de Steven Pinker: como todos los libros de Pinker, es un mamotreto, pero muy interesante. Además este libro sirve, en parte, de contrapunto al de Jay-Gould, puesto que Pinker es un psicólogo evolucionista y defiende el importante papel de los genes sobre el funcionamiento de la mente. Pero no solo trata el tema de la inteligencia, sino el cuidado parental, la violencia y muchas otras cuestiones relacionadas con la cultura humana. Recientemente ha publicado Los ángeles que llevamos dentro, un estudio sobre la violencia (que es otro mamotreto) al que estoy desean hincarle el diente y es muy recomendable también Cómo funciona la mente, si bien para leer este libro se precisan ciertos conocimientos previos acerca del funcionamiento del cerebro y algunas nociones básicas de redes neuronales.

-Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson: es una de las obras de divulgación científica más vendidas de los últimos años. Es muy entretenida y toca temas tan dispares como la astronomía, la biología o la geología y lo hace casi siempre de forma amena, con muchas anécdotas y con unas buenas maneras para divulgar ciencia, siendo el autor escritor de profesión y no científico. Hay también una edición de lujo con ilustraciones a todo color.

-Un antropólogo en Marte, de Oliver Sacks: es un clásico junto a El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Sacks, neurólogo, describe muchos de los casos a los que se enfrentó en su consulta y que van desde dos hermanos autistas que eran capaces de crear series gigantescas de números primos hasta un pintor que padeció ceguera al color producida por un ictus, pasando por un cirujano que padecía síndrome de Tourette. Cualquiera de los libros de Oliver Sacks es recomendable. Hay muchos para elegir sobre diferentes temas (ceguera, música, parálisis, etc) y casi todos ellos son muy interesantes.

-Mala ciencia, de Ben Goldrace: este no es tanto un libro de ciencia como de anticiencia, aunque al final terminamos aprendiendo bastante de ciencia. El autor inglés (que recientemente ha publicado Bad Pharma, una crítica sobre las grandes compañías farmacéuticas) describe en este libro un gran número de terapias alternativas que se basan en principios que no soportan la más mínima crítica desde el punto de vista de la ciencia y que a menudo se apoyan en estudios muy mal diseñados o en resultados positivos basados en casos anecdóticos. Peca en algunos casos de localismo (se centra a veces demasiado en polémicas restringidas al ámbito de Reino Unido) pero en general es un buen libro para aprender metodología científica y hacerse con un buen sentido crítico a la hora de analizar afirmaciones supuestamente científicas.

-Evolución, el mayor espectáculo sobre la Tierra, de Richard Dawkins: podría mencionar El gen egoísta, El relojero ciego o El cuento del antepasado, pero creo que son libros destinados a un lector iniciado. Dawkins carece de sentido del humor al escribir pero es bastante agudo en sus argumentaciones, y al final eso es lo que cuenta. En este libro repasa de forma minuciosa muchas de las pruebas que existen a favor de la teoría evolutiva y lo hace de una forma sencilla y didáctica y sin meterse demasiado en controversias científicas relacionadas con la teoría evolutiva, que en este caso no vienen al caso.

-¿Qué es la vida?, de Erwin Schrödinger: es un librito de apenas cien páginas (según las ediciones) en el que uno de los físicos que más ayudó al desarrollo de la mecánica cuántica se plantea qué puede aportar la física a esta cuestión. Y poco a poco, de forma más o menos sencilla, el autor nos va introduciendo en el problema hasta poder predecir, por ejemplo, el tamaño máximo que debería tener un gen. Un libro de lectura imprescindible para biólogos pero también para legos en la materia.

-¿Cómo funciona el cerebro?, de Francisco Mora: aunque es un libro que tiene ya algunos años, sigue siendo actual en lo fundamental. Se tocan muchos de los aspectos diferentes del cerebro humano, con especial énfasis en la problemática de la conciencia. El autor propone muchos ejemplos de aquello que va explicando y citas de autores muy relevantes, lo que hace que la obra se lea con bastante facilidad. Libro muy útil para no iniciados pero también para estudiantes de psicología y biología.

Sé que me dejo muchos libros, pero las listas siempre contienen menos elementos de los que todos desearíamos. No he querido incluir libros clásicos de ciencia, como ya he apuntado al inicio porque en general requieren cierta formación previa y además el lenguaje empleado no suele ayudar a su comprensión. He evitado también hacer recomendaciones sobre astronomía porque apenas habré leído cuatro o cinco libros al respecto y no me atrevo a meter la pata. Los libros de Michio Kaku sobre física son también excelentes, los de Taleb acerca de las probabilidades o el reciente libro de Kahnemann, Pensar rápido, pensar despacio, en el que trata acerca de sus investigaciones sobre los heurísticos, además de algunas otras cosas. Y la lista puede ser interminable, así es que la dejo aquí. Quizá en breve escriba otra lista más centrada en la neurociencia que, a fin de cuentas, es uno de los temas principales de este blog.
        

19 marzo 2012

Creo que ya lo he visto todo: neurofeedback en ratas.

El jueves de la semana pasada nos desayunamos (siempre quise empezar un apunte con esta frase) con un artículo en la revista Nature de Koralek y colaboradores de la Universidad de California que ha pasado desapercibido para los medios de comunicación mayoritarios pero que a mí me parece impresionante, no solo por sus implicaciones sino por el modo de llevar a cabo el experimento.

El objetivo del trabajo fue la de dilucidar si una cierta vía nerviosa, la corticostestriatal (llamada así por unir la corteza cerebral con el estriado), se encuentra implicada no solo en el aprendizaje de tareas motoras, algo que ya se sabía desde hacía bastante tiempo, sino si también podría participar en el aprendizaje de tareas más abstractas. Esta vía es muy importante en el aprendizaje de tareas como conducir, montar en bicicleta o aprender unos pasos de baile. Lo que los investigadores querían saber es si este circuito está involucrado en el aprendizaje de otras tareas que no resultan directamente del movimiento del cuerpo. Esto es muy importante, por ejemplo, para diseñar prótesis controladas con las ondas cerebrales, o sillas de ruedas que se muevan solo con el pensamiento. Pues bien, los investigadores, ni cortos ni perezosos, diseñaron un experimento en ratas para tratar de responder a esta pregunta.  

Y aquí viene lo interesante. Los investigadores implantaron electrodos para detectar la actividad de neuronas en la corteza motora primaria (M1) y el estriado y transformaron, mediante el empleo de un algoritmo, la actividad de las neuronas de M1 en un tono acústico (es decir, la actividad x de las neuronas equivale a un tono y). Las ratas tenían que llevar a cabo una tarea que consistía en modificar la actividad de las neuronas de su corteza motora (aquella que se estaba detectando) de modo que se alcanzase un determinado tono acústico. Es decir, las ratas perciben en todo momento el tono al que equivale la actividad de las neuronas de su corteza motora y en base a ese feedback que ellas reciben la actividad de esas neuronas debe modificarse para alcanzar el tono acústico adecuado, el cual les proporcionará una recompensa determinada. Las ratas podían modificar esa actividad para llegar a dos tonos diferentes, uno que les proporcionaba comida, y otro una bebida dulce. Lo sorprendente de todo esto es que las ratas son capaces de aprender a llevar a cabo esta tarea en tan solo tres días y luego van mejorando muy poco a poco, un aprendizaje que es muy similar al que se observa con tareas motoras.

En el resto del trabajo lo que los investigadores comprueban es que esa actividad de las neuronas de M1  no se ve modificada por el hecho de que los animales realicen un determinado movimiento, ya sea de sus patas o incluso de sus vibrisas (los bigotes). Después comprueban que la tarea consiste en una conducta orientada a un fin (obtener la recompensa) y que no se trata de un hábito (los cuales se hacen de forma automática, sin que importe, por ejemplo, si la recompensa se devalúa, lo que ocurre, por ejemplo, con los adictos a drogas). Ven que se trata de una conducta orientada a un fin, lo que para ellos es una prueba de que la rata modifica intencionalmente la actividad de las neuronas de la corteza motora para obtener la recompensa. Este “intencional” siempre entre comillas, pues es dudoso que la rata pueda modificar de forma intencional la actividad de sus neuronas de M1. Y finalmente, empleando ratas y también un modelo genético de ratón observan que para el aprendizaje de esta tarea es fundamental que se active la vía corticoestriatal, lo que era el objetivo inicial de su estudio, puesto que observan que cuando las ratas aprenden la tarea se establece una sincronización entre las neuronas de M1 y el estriado y si se inactiva esa vía las ratas no aprenden la tarea.

La prueba que realizan las ratas tiene mucho que ver con una similar que hemos visto recientemente en ciertos informativos y en la segunda parte del muy recomendable documental El mal del cerebro en los que a un grupo de personas con problemas de memoria y/o atención se les coloca delante de una pantalla con un cuadrado rojo y ellos, mediante la modificación de su actividad encefálica deben cambiar el color del cuadrado a morado. Es una forma de hacer que esos individuos se concentren y que potencien la actividad de determinadas vías neurales. Lo que no está muy claro todavía es si los resultados que se obtienen mediante este entrenamiento son muy duraderos o no. Lo que sí está claro, es que este trabajo nos ayuda a saber qué áreas encefálicas se encuentran implicadas en la interacción cerebro-máquina, relación que se incrementará seguramente en años venideros. ¡Bienvenidos al futuro!

     


27 febrero 2012

¿De verdad escriben peor los médicos que el resto de los mortales?



La creencia es antigua: la letra de los médicos es ilegible. O bien nacen con un gen que predispone a ser médico y escribir mal, o bien se trata de una asignatura que se les enseña en conciliábulos a los que solo asisten los que se han licenciado. Esta apreciación, que puede sonar a guasa y de la que habitualmente nos reímos, puede no serlo tanto. El Instituto de Medicina de EEUU estimó en 7000 las muertes anuales causadas por recetas escritas chapuceramente por médicos, y es posible que en torno a 1,5 millones de recetas en EEUU sean mal interpretadas por esta misma razón. Tanto es así que en 1999 un jurado de Texas condenó a un cardiólogo a pagar una multa de 225000 dólares por la muerte de un paciente al que recetó un fármaco para el dolor de corazón (Isordil) y que el farmacéutico que expidió el fármaco interpretó como un fármaco utilizado para tratar la presión alta (Plendil). Finalmente también se condenó con la misma pena al farmacéutico que vendió el fármaco al paciente.


Pero antes de asumir la afirmación deberíamos preguntarnos: ¿es objetivamente peor la letra de los médicos que la del resto de bípedos implumes? Algunos trabajos (malillos, eso sí) han estudiado esta idea. Dos trabajos publicados en la revista BMJ mostraron resultados opuestos. En uno de ellos, posiblemente mejor diseñado, se pedía a varios médicos y no-médicos que escribiesen una frase (Quality improvement is the best thing since sliced bread) tan rápido como pudiesen, para que la situación se asemejase a las condiciones normales en una consulta diaria. Cuatro individuos se encargaron de clasificar la letra de los distintos papelitos que escribieron los participantes empleando una escala de A a D, donde A era ilegible y D excelente. El resultado fue que los médicos no escribían peor que los no-médicos. En otro artículo diseñado por autores españoles se empleó este mismo procedimiento pero en este caso se examinaron las notas sobre los casos de pacientes que se encontraban hospitalizados. Se comparó en este caso entre los médicos y los cirujanos. Se observó que la mayoría de los médicos escribían de forma clara y eran los cirujanos los que presentaban una letra con peor legibilidad.

Pero quizás la pregunta adecuada no sea si los médicos escriben peor, si no si todos en general escribimos de forma legible. Recuerdo que cuando hacía la carrera miraba con pavor los apuntes que me ofrecían algunas personas bienintencionadas (no daré nombres) a las que tenía rechazar (de forma educada, eso sí) aquella piltrafa que ellos llamaban apuntes. No, si acaso ya me preparo lo de hoy con un libro, no te preocupes, solía decir. En uno de los artículos mencionados, se observó que en una puntuación de legibilidad de 1 a 13, la media de la población se encuentra en un 7.1, lo que sugiere que hay gente que escribe muy claramente, pero mucha otra que lo hace realmente mal y, entre ellos, algunos que se dedican a la medicina.

¿La solución? Simple: recetas mecanografiadas, para que no haya problemas. Un  trabajo reciente en EEUU ha mostrado que se cometen hasta 7 veces menos errores cuando se usan recetas mecanografiadas en lugar de escritas a mano.

Bibliografía:
-Berwick, DM y Winickoff, DE, (1996) BMJ 313(7072):1657-8.
-Lyons, R. et al (1998), BMJ 317(7162): 863-4.
-Rodríguez-Vera et al., (2002), JRSM 95(11):545-6.



21 febrero 2012

¿Sirve la memoria episódica para regresar al futuro?


El interés a la hora de estudiar la memoria se ha centrado generalmente en la capacidad de los individuos para recordar sucesos pasados, mientras que se ha obviado el papel de la memoria como herramienta para imaginar sucesos que no han tenido lugar y para simular eventos en el futuro. Esto es precisamente lo que ha estudiado desde hace unos cinco años Daniel Schacter, profesor de la Universidad de Harvard, que sugiere que la memoria episódica (aquella que nos permite recordar experiencias personales) tiene como función posibilitar que seamos capaces de imaginar eventos futuros para, con ello, adaptar nuestra conducta de un modo eficaz al futuro. 

La idea es que para simular un evento futuro lo que se hace es recombinar fragmentos de recuerdos, lo que ellos definen como hipótesis de la simulación episódica constructiva. Esta hipótesis propone que la simulación de episodios futuros requiere un sistema que pueda recombinar de forma flexible detalles de sucesos pasados. Esta idea explicaría además por qué la memoria es un proceso constructivo en el que se unen diferentes piezas de información, en lugar de ser como un disco duro mediante el que recordaríamos todo tal cual sucedió. Así, según Schacter, la función principal de la memoria sería mantener la información disponible para simular eventos futuros.

A favor de esta hipótesis se encuentra el hecho de áreas cerebrales reclutadas para recordar e imaginar eventos se solapen. Es interesante sin embargo que al simular el futuro la activación de esas áreas comunes es mayor que cuando se trata de recordar algo, lo que tiene sentido, ya que en el primer caso no sólo debe recordarse algo sino que además deben recombinarse fragmentos de esos recuerdos. Esta idea tiene además su reflejo en un trabajo en el que se mostró que estudiantes eran capaces de imaginar con mayor detalle eventos futuros relacionados con contextos familiares (su casa o la casa de un amigo) que cuando esos contextos les eran novedosos (la jungla o el Polo Norte). Esto mismo se cumplía cuando los sucesos a imaginar tenían que ver con contextos cercanos en el tiempo (lugares de la universidad) o más lejanos (lugares del colegio).

Entre las áreas cerebrales que podrían estar implicadas en esta simulación del futuro se encontrarían la corteza prefrontal, que se ha relacionado clásicamente con la capacidad para planear la conducta, y con el hipocampo, que no solo participa en la consolidación de la memoria, sino que jugaría también un papel importante en establecer relaciones entre elementos (Figura 1). Más concretamente, la región anterior del hipocampo es la que estaría implicada en el procesamiento de relaciones entre elementos (integrar detalles en el espacio y en el tiempo). Está región, además, se activa más cuando se trata de imaginar sucesos con pocas probabilidades de suceder, o cuando se imaginan sucesos específicos en lugar de genéricos. El resultado es que las simulaciones de gente con daños en hipocampo no solo son menos ricas en detalles sino que además no está bien integrados carecen de coherencia espacial. El hipocampo, por tanto, parece una región muy importante en esta capacidad para simular eventos futuros, si bien los resultados todavía son controvertidos. Inicialmente varios trabajos mostraron que personas con lesiones bilaterales en el hipocampo no solo tenían problemas para recordar eventos pasados, sino también para generar descripciones detalladas de eventos futuros imaginados.

En un estudio se separó la capacidad de los individuos para simular el futuro, bien a partir de recuerdos personales, bien a partir de fotografías que se les presentaban, de modo que se podía evaluar el peso de la memoria episódica sobre la generación de simulaciones del futuro (en elcaso de la fotografía la memoria episódica no tendría por qué ser importante para generar esas simulaciones). Lo que se observó fue que los individuos con daños en el hipocampo presentaban problemas en la variante en la que no se utilizaban las fotografías pero no en aquella en la que la memoria episódica no era necesaria para generar la simulación (la que empleaba las fotografías).

Figura 1. Áreas cerebrales implicadas en la simulación de eventos futuros.

Sin embargo, todavía hay que estudiar algunas cuestiones pendientes acerca de esta hipótesis. Por ejemplo, debe estudiarse si las simulaciones del futuro simplemente implican el recuerdo de fragmentos de experiencias previas o si hay un proceso de combinación de diferentes episodios. Por otro lado, es casi seguro que la memoria semántica (la fuente de conocimiento acerca de las características generales de los sucesos) también está implicada en la construcción de escenarios futuros.

Por tanto, la propuesta de Schacter es la de considerar al cerebro como un órgano fundamentalmente prospectivo que usa la información del pasado y del presente para generar predicciones acerca del futuro. La memoria sería entonces la herramienta usada por el cerebro prospectivo para generar simulaciones de eventos futuros posibles. La hipótesis es, cuanto menos, sugestiva. Y sus implicaciones a nivel adaptativo son innegables. Seguiremos de cerca los progresos de esta hipótesis.

Para saber más:
-Schachter D.L. et al., (2007), Rembembering the past to imagine the future: the prospective brain, Nat Neurosci Rev 8:657-61.
-Addis,D.R: y Schachter, D.L.,k (2012), The hippocampus and imagining the future: where do we stand?, Front Human Neurosci 5: 173.

Aunque no relacionado con este tema en concreto, Schachter escribió un libro de obligada lectura sobre la memoria: Los siete pecados de la memoria.