Mientras leía la entrada de mi compañero de bitácora sobre el artículo fabricado por la mente de una talentosa niña, me vino a la memoria un artículo recientemente aparecido en Biology Letters. En él, unos colegiales explicaban, a su manera, sus interesantes experimentos con abejas. El propósito del artículo no era otro que permitir que los niños aprendieran como funciona la ciencia, presentándosela como un juego con reglas (en concreto definen la ciencia como: “the process of playing with rules that enables one to reveal previously unseen patterns of relationships that extend our collective understanding of nature and human nature”). De este modo, los intrépidos investigadores soportaron sobre sus espaldas todo el peso del estudio, desde el planteamiento de los experimentos hasta el análisis de los resultados. Lógicamente a escala su escala de trabajo y conocimientos (es más, el artículo no tiene referencias), pero no menos meritorio por ello. El problema a estudiar no era otro que intentar clarificar si los animales, en concreto, las abejas eran “inteligentes”, o al menos en cierto grado. Es decir, de alguna manera, intentar descubrir si la capacidad de “pensar” es únicamente humana.
Para ello, ofrecieron a las abejas unas disposiciones de colores (el equivalente a las flores en la naturaleza) y observaron como estas aprendían a seleccionar aquellas flores que contenían su alimento, el azucar. Posteriormente, y tras darse cuenta que las abejas podían llegar a aprender un patrón, cambiaban algunos factores como el color de las supuestas flores o la distribución general para saber si los insectos serían capaces de identificar esos cambios y aún así descubrir las flores con alimento. De manera general, estos animalitos no pudieron llegar a tanto…¡pero algo habían hecho! Hay que ser conscientes que, a lo mejor, aprender esos patrones no tiene ningún sentido biológico para las abejas, es decir, que la selección podría no haber actuado sobre esa capacidad planteada en el experimento en concreto. Y creo que este sí que es un factor importante que deberíamos darnos cuenta cuando los animales “no aprenden” algo planteado por los humanos.
No obstante, independientemente de todo ello, el trabajo merece ser leído porque además de resultar divertido (merece especial mención los agradecimientos), nos ayuda a evitar que se nos olvide lo que realmente hace uno cuando trabaja en ciencia. Aprender y dar a conocer. El sistema actual no siempre favorece esta labor y hace que en la mayoría de los casos, la ciencia se quede entre los científicos y ni los niños, ni los adultos, sean conscientes de los descubrimientos. En este caso, un grupo de escolares y esos pequeños animalitos nos han enseñado como con imaginación e interés se puede aprender mucho del mundo que nos rodea y que estos insectos son capaces de resolver algunos de los puzzles a los que les sometemos (o les somete la naturaleza). En conclusion, como dicen en el artículo “This experiment is important, because, as far as we know, no one in history (including adults) has done this experiment before”. Ahí está la primera piedrecita en el camino.
Para saber más: Blackawton et al. 2010. Blackawton bees. Biology Letters. Doi: 10.1098/rsbl.2010.1056.
Pero no te olvides de los FPIs.
3 comentarios:
Te echábamos d menos, otra cabeza pensante dl blog! De los otros dos ni hablo :P
Yo también soy de los que piensan que hay que acercar la ciencia de forma divulgativa a los niños. Si se plantea como un juego como bien dices, sería un juego de reglas.
Un saludo Parasite ;)
Gracias Martuki, Gracias Héctor. La verdad es que ya apetecía reaparecer por estos lares, pero dejemoslo en cabeza, lo de pensante ya es mucho decir... Sí Héctor, la verdad es que si a los niños les enseñaran las reglas de la ciencia sería de gran utilidad en sus vidas. Uno, sin darse cuenta, aplica el método hipotético-deductivo cuando se familiariza con su uso, y yo creo que de manera acertada.
saludos!
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