28 febrero 2011

Cómo emplear la precognición para estudiar la honestidad.

Asistiendo el otro día a una conferencia de Joshua Greene, investigador de Harvard interesado en el estudio de la moral y la honestidad desde un punto de vista neurocientífico, comentó un artículo que su grupo publicó en la revista PNAS en el año 2009 que era realmente ingenioso. Lo que ellos querían estudiar era la honestidad, y más concretamente una vieja disputa filosófica acerca de si cuando nos comportamos honestamente lo hacemos porque somos de naturaleza honesta (hipótesis de la gracia) o porque tenemos que vencer a la tentación de comportarnos de forma deshonesta (la hipótesis de la voluntad).

Pero estudiar este problema científicamente no es tarea sencilla. Lo que habitualmente se hace cuando se estudia la deshonestidad o la mentira es decir a los sujetos que mientan y para estudiar entonces la actividad de su cerebro, de modo que al sujeto sabe desde el principio que lo que se espera de él es que mienta. El grupo de Greene diseñó un experimento mediante el cual lo que hacían era permitir a los individuos que se comportasen de forma deshonesta, pero sin decírselo directamente. Es decir, les tentaban.

¿Y cómo lo hicieron? Les mintieron sobre el objetivo del trabajo, diciéndoles que lo que pretendía estudiar era la precognición y, más concretamente, si dos variables determinadas podrían influir de forma positiva sobre la capacidad para ver el futuro. Estas dos variables eran el no revelar por anticipado el resultado de la precognición y el incentivo económico, que se había sugerido que podían incrementar esta capacidad paranormal (no se puede negar que los tíos, al menos, son unos cachondos). De forma resumida, lo que los sujetos tenían que hacer era acertar si iba a salir cara o cruz tras el lanzamiento de una moneda al aire (de forma virtual, en un ordenador). En un cierto porcentaje de ensayos el individuo tendría que decir por adelantado lo que él pronosticaría, pero en el resto de ensayos el individuo sólo diría su pronóstico una vez que hubiese visto el resultado. En todos los casos, si el individuo acertaba, o decía que había acertado, recibiría una recompensa económica que variaba desde los 3 hasta los 7 dólares por ensayo. Por tanto, la posibilidad de mentir era evidente y, de hecho, muchos de los participantes se dieron cuenta de esa posibilidad y al preguntar a los experimentadores acerca de ello éstos les respondieron que era evidente que el diseño experimental lo permitía pero que se esperaba de ellos que se comportasen de forma honesta.

¿Y qué ocurrió? Pues que para descrédito de la raza humana hubo un buen porcentaje de individuos que se comportaron de forma deshonesta. Evidentemente los experimentadores no consideraban que esos individuos tuviesen poderes paranormales, sino que se estaban comportando de forma deshonesta. Lo esperable sería encontrar una gráfica de frecuencias en forma de campana, con su pico en torno al 50% de aciertos, pero esto es lo que se encontraron:


Una auténtica vergüenza.

Separaron a los individuos entre aquellos que se habían comportado de forma honesta, frente a aquellos que habían mostrado un comportamiento ambiguo (un poco deshonestos, pero no mucho) y un grupo que se comportó claramente de forma deshonesta (véanse esos 4 individuos sin escrúpulos que dijeron haber acertado en un 90-95% de las veces, o ese otro que dijo haberlo hecho entre el 95-100% de las veces).

Los resultados del trabajo mostraron que los sujetos que se comportaron de forma honesta no mostraban diferencias en la actividad de su cerebro cuando acertaban un ensayo y tenían que decir antes cuál sería el resultado, que cuando no tenían obligación de hacerlo por anticipado. Este resultado sugería, de hecho, que la hipótesis de la gracia es más plausible que la de la voluntad dado que los individuos deshonestos mostraban un cambio en la actividad de varias subregiones de la corteza prefrontal, que habitualmente se relaciona con el control del comportamiento y la toma de decisiones (en la figura se muestra en rojo la corteza prefrontal dorsolateral, una de las subregiones que se activan en estos individuos). Es decir, es como si esos sujetos estuviesen todo el tiempo pensando en si deben mentir o no. Por otro lado, es esperable que si la hipótesis más plausible es la de la gracia los tiempos de reacción no cambien cuando el sujeto debe realizar la tarea habiendo dicho previamente lo que pensaba o no. Y de hecho eso es lo que se observa en los individuos honestos, mientras que en los individuos deshonestos se observa un pequeño retraso en sus tiempos de reacción (que se explica por ese mayor número de regiones cerebrales implicadas en su decisión).

El trabajo tiene bastantes limitaciones que, de hecho, los autores explican bastante bien al final del artículo, por lo que no me detendré a enumerarlas. Lo que me interesaba de este artículo era mostrar cómo muchas preguntas, incluso de origen filsófico (Greene es, de hecho, filósofo, no psicólogo) y que parecen lejanas a la neurociencia pueden tratar de estudiarse de forma científica con la ayuda de un buen diseño experimental. Las implicaciones de estos resultados ya son harina de otro costal y que podemos debatir tranquilamente.

Fuente:

Greene JD, Paxton JM, (2009). Patterns of neural activity associated with honest and dishonest moral decisions, PNAS 106 (30): 12506-11.

Recomiendo también leer el material suplementario del artículo, pues incluye todos los controles que se tuvieron en cuenta para realizar el trabajo, así como las intrucciones que daba el ordenador a los participantes durante la tarea.

3 comentarios:

Héctor dijo...

Muy interesante Pedro, muy interesante :)

Luis Ramos dijo...

Bien interesante, no sabía de este experimento, leeré un poco más para enterarme los detalles de esta investigación.

Felicitaciones por el blog, sigan así.

Saludos.

Pedro Garrido dijo...

Greene también ha estudiado bastante problemas morales al estilo de como lo hacía Hauser pero creo que sin manipular datos.
Además está interesado en crear una "máquina de la verdad", pero no creo que esa sea una buena idea. Aunque esa es mi opinión, claro.