09 mayo 2008

Aquí huele raro. Yo no paso.

El olfato es un importantísimo mecanismo de detección en multitud de animales. Mediante su olor, las especies son capaces de discriminar entre alimentos, pero además está involucrado en el reconocimiento de individuos o en la orientación. Pero, estos son solo unos pocos ejemplos, pues el olfato en multitud de animales es un herramienta vital que está estrechamente relacionada en la interacción depredador-presa, en la cual, el depredador puede servirse de su olfato para detectar a su presa y por su parte, este puede servir a la potencial presa para evitar ser depredada.


Multitud de estudios en diferentes especies de vertebrados e invertebrados han puesto de manifiesto el papel del olfato en la depredación, pero sorprendentemente las aves apenas han sido empleadas como modelo de estudio. ¿Por qué? ¿Acaso las aves no son capaces de oler? Recientemente, un estudio a puesto un poco de luz a este problema (1) y la respuesta parece ser clara, las aves sí pueden oler a sus depredadores. En este estudio, los investigadores utilizaron el olor de un mustélido para detectar aquellos mecanismos comportamentales que tuviesen unas pequeñas aves forestales (el herrerillo común, Cyanistes caeruleus) que habitan en cajas nido. El diseño experimental englobaba un total de tres tratamientos diferentes, un grupo de nidos a los que se les añadía el olor del depredador, un grupo control a los que se les añadía el olor de un no depredador (en este caso, de codorniz) y un segundo grupo control a los que se les añadía el olor del agua (control absoluto, sin olor). Para demostrar una posible respuesta en las aves ante estos olores en los nidos, se realizó la filmación de los nidos durante el periodo de cebas de los polluelos, observándose que aquellos nidos en los que olía al depredador aumentaba el tiempo que transcurría hasta que los adultos empezaban a entrar en sus nidos a la par que el tiempo de permanencia de los padres dentro del nido disminuía considerablemente frente a los otros grupos control. A pesar de ello, la cantidad total de veces que los adultos entraban a cebar a sus polluelos o el crecimiento total de los mismos no se vio afectado por el tratamiento. Según esto, en presencia del olor del depredador, los adultos cebarían a sus polluelos a una mayor velocidad, de modo que el crecimiento total de sus polluelos no se vería afectado. Nuevamente, aquí nos encontramos con un ejemplo de evaluación de costes-beneficios, tan frecuentes en la naturaleza. Cebar o no cebar a los polluelos ante el riesgo de ser depredado. Pero, una vez decididos a entrar, hagámoslo deprisa. Lógicamente, esta estrategia tiene que suponer ciertos costes en las aves, como una aceleración del metabolismo del adulto, quizás un peor reparto del alimento entre los polluelos o una peor limpieza del nido (recordemos que en muchos casos el adulto recoge las heces de los polluelos en cada ceba, por lo que al reducir el tiempo dentro del nido, quizás estos padres dejen esas heces dentro del nidal).

Por otro lado, la demostración de la capacidad de respuesta de los animales frente al olor de sus depredadores puede tener un carácter aplicado. Los animales salvajes representan en muchos casos un peligro en las carreteras, produciéndose accidentes que cuestan la vida de personas y de los propios animales. Así, por ejemplo, en diferentes países europeos, desde hace años se está realizando la siguiente estrategia. Se colocan sustratos con olor a lobo, oso o humanos en los bordes de las carreteras en las que se producen atropellos de corzos, ciervos o jabalíes. De este modo, parece que los potenciales depredadores evitan pasar por esos caminos reduciendo en gran medida el número de accidentes. Así pues, la ciencia básica puede, a posteriori, tener aplicaciones que jamás uno pudiera haber pensado. ¿Quien pensaría en un principio si “serviría de algo a los humanos” saber si huelen y responden a esos olores los animales? Posiblemente nadie, pero ahí está. Por el momento, ahora sabemos que esto también ocurre en aves.

(1) Amo et al. 2008. Predator odour recognition and avoidance in a songbird. Functional Ecology.

4 comentarios:

Pedro Garrido dijo...

¿No se les han medido hormonas de estrés a las aves? Otro factor interesante sería seguir a las crías porque los episodios de estrés én esas etapas del desarrollo pueden ser importantes en el individuo adulto. Esto se ha visto en muchos estudios en ratas.

Parasite dijo...

Los estudios de hormonas de estrés en aves inmaduras no son muy frecuentes. La medida se puede hacer mediante el uso de sangre y con heces, pero las pequeñas cantidades que se obtienen en ambos casos dificulta los análisis. Desde luego es interesante hacer estudios combinados de hormonas de estrés y riesgo de depredación en los polluelos, aunque otros factores podrían estar afectando también en esta relación, como por ejemplo, el efecto que pudiera tener el depredador sobre los adultos y por tanto sobre la capacidad de estos últimos para alimentar a los polluelos. Como podría ser este el caso.

Anónimo dijo...

Me ha gustado cómo has acabado el artículo. Y es que la ciencia básica, además de ayudar en el posterior desarrollo de la aplicada, muchas veces se le encuentran utilidades no esperadas aplicando estos sencillos descubrimientos, de una forma que no se nos habían ocurrido. Muy buen final para el post...
Un saludo ;)

Parasite dijo...

Gracias héctor, es algo que me gusta defender, porque parece que de cara a la sociedad la ciencia básica no tiene jamás un caracter aplicable y "de utilidad social". Como lo considero un error, quiero remarcarlo.

saludos...