21 febrero 2011

Sobre correlaciones, implantes de silicona y torres de alta tensión.

Siguiendo con el apunte anterior, veamos ahora dos casos de correlaciones espurias (o incluso inexistentes) que tuvieron importantes consecuencias a nivel social en los Estados Unidos:

Efectos de las torres de electricidad sobre la leucemia en niños.

En el año 79 se publicó un trabajo que mostraba una correlación entre la proximidad a torres eléctricas y leucemia en niños. En aquella época no se prestó mucha atención a los resultados, pero algunos años después una campaña de artículos en el New Yorker acerca del peligro de las torres eléctricas sobre la salud, sacó del armario a este artículo, que comenzó a citarse habitualmente como prueba de los efectos nocivos para la salud de estar expuesto a campos electromagnéticos (algo así como el de Benveniste sobre la memoria del agua, o el de Wakefield sobre las vacunaciones y el autismo). Los resultados del trabajo mostraban una correlación entre la distancia del domicilio a las torres de alta tensión y leucemia. La conclusión lógica para aquellos que no entendían de estadística era que cercanía a las torres = leucemia. Algunos epidemiólogos, sin embargo, se apresuraron a aventurar otras explicaciones. La primera era que si tal correlación era correcta, una de las explicaciones podría ser que hubiese una causa común para ambos factores. Por ejemplo, la gente pobre tiene más probabilidad de vivir cerca de líneas de alta tensión y además viven en condiciones más insalubres, lo que es un factor de riesgo conocido para padecer cáncer. Sin embargo, el trabajo decía que el estatus económico no tenía que ver con los resultados.

El problema del trabajo estaba en el diseño del mismo. La elección de los individuos de estudio no fue adecuada (no se realizó al azar), no hubo doble ciego en el análisis de los resultados y la forma de clasificación de la exposición a los campos electromagnéticos era mejorable. Además, el resultado de la correlación era bastante débil para tratarse de una correlación. El trabajo mostraba que los niños que vivían cerca de las líneas de alta tensión tenían 3 veces más probabilidades de padecer leucemia. Este resultado, que puede parecer importante no lo es tanto. Pensemos, por ejemplo, que la probabilidad de padecer cáncer de pulmón en alguien que fuma es de unas 300 veces superior a la de quien no fuma.

Esta mala interpretación de los datos, sumada al tratamiento de la información por parte de los medios de comunicación, dio lugar a un auténtico terror por las líneas de alta tensión, que condujo a cambiar muchos de los emplazamientos de las mismas, lo que le costó a los EEUU varios miles de millones de dólares e incluso los padres cambiaron de colegio a sus hijos sólo porque estaban cerca de líneas de alta tensión, exponiéndolos a otro peligro mayor que era el de tener que desplazarse a distancias mayores para llegar a sus nuevos colegios.

Ni que decir tiene que todos los estudios realizados desde entonces no han encontrado evidencias a favor de una relación entre la proximidad a líneas de alta tensión y leucemia en niños, ni con ningún otro tipo de cáncer. Se realizaron de hecho dos estudios gigantescos en EEUU y Canadá y ambos mostraron efectos negativos.

Los implantes de silicona producen enfermedades autoinmunes, cáncer y otras enfermedades.

Los implantes de silicona se aprobaron en EEUU en 1962. Sin embargo, a partir de finales de los años 80 y principios de los 90, cuando se modificó el estatus de los implantes como dispositivo médico de clase III fue cuando empezaron los problemas. Algunas firmas de abogados pusieron anuncios en periódicos para que aquellas mujeres que sintiesen algunos de los síntomas recogidos en una lista que ofrecían, y que estaban relacionados con enfermedades autoinmunes, denunciasen a la principal empresa que fabricaba los implantes, Dow Corning. Pronto hubo 137 denuncias contra la empresa. Sorprendentemente una mujer ganó un juicio contra la empresa siendo indemnizada con 7 millones de dólares. En el juicio apenas se habló de ciencia. El jurado decía que se había podido relacionar durante el juicio a los implantes de silicona con enfermedades del tejido conectivo, respuestas autoinmunes, fatiga crónica, dolor muscular y de las articulaciones o dolores de cabeza, lo que los científicos interrogados durante el juicio calificaron de “un mal resfriado”. Finalmente, dado que hubo dos juicios más con resoluciones a favor de las mujeres demandantes, se presentaron 19000 demandas individuales, por lo que la empresa Dow Corning tuvo que declararse en bancarrota. Ni que decir tiene, de nuevo, que la relación entre implantes de silicona y enfermedades autoinmunes no se ha probado y, de hecho, los estudios llevados a cabo de forma rigurosa no han mostrado evidencia alguna a favor de esa hipótesis (en Wikipedia puede encontrarse una lista de los trabajos promovidos incluso a nivel gubernamental por diferentes países).

Este caso es más complejo e interesante porque tiene que ver con correlaciones ilusorias, es decir, ni siquiera basadas en resultados científicos. El problema surgió por una cuestión de superposición de porcentajes. En torno al 1% de las mujeres en EEUU llevan implantes de silicona y también en torno al 1% sufren enfermedades autoinmunes o enfermedades degenerativas de tejido. Por tanto,, teniendo en cuenta que puede haber centenares de miles o incluso millones de mujeres en esas categorías, no es raro pensar que pueda darse la coincidencia de que varias decenas de miles de mujeres se encuentren al mismo tiempo en ambas categorías. Hagamos el cálculo rápido con datos actuales: si en 2009 la población de EEUU era de 300 millones de personas y el 50.7% de la población son mujeres, resulta que 1.556.490 mujeres llevan implantes de silicona. Si suponemos que un 1% de ellas pudiera sufrir enfermedades autoinmunes o degenerativas de tejido, nos sale el nada desdeñable dato de 15565 mujeres (un número parecido al de aquellas que presentaron las demandas).

Sin embargo, esto no lo entendieron los miembros del jurado y se llevó injustamente a una empresa a la bancarrota, además de crear una alarma social innecesaria y basada en meras suposiciones. Así pues, mucho ojito con las correlaciones.

Para saber más:

Park, R., Voodoo Science. The road from foolishness to fraud, Oxford University Press (2000).

Shermer, M., Science Friction. Were the known meets the unknown, Holt Paperbacks (2005).

Cachonda imagen tomada de Cuadernia.


3 comentarios:

Dr. Antonio Andres Pueyo dijo...

Apreciado colega

Es verdad que la correlación no es causación. Es un "mantra" muy repetido y la verdad es que confunde más que aclara y acaba desvalorizando la utilidad y el significado de la correlación, que tanto ha hecho por el avance del conocimiento científico basado en la evidencia. Digo que confunde más que aclara porque la correlación es una técnica estadística que nos permite conocer la magnitiud y el sentido de la asociación de dos fenómenos. La "causación" es una relación entre "causa y efecto" que tiene más de filosófico que de empírico. Me parece más clarificador explicar que cuando hay causalidad también hay correlación (condición necesaria pero no suficiente) pero no al revés. El problema de la causalidad es de naturaleza filosófico y las técnicas estadisticas no tienen por objetivo resolver este tipo de problemas, sino facilitar información para que los científicos los resuelvan. No creo que sirva de nada repetir este "mantra".
Antonio

Pedro Garrido dijo...

Hola Antonio:

Coincido contigo en que tal vez el "mantra" a veces no ayude a comprender la utilidad de las correlaciones. El apunte va dirigido más bien a aquellos que no saben interpretar una correlación y las consecuencias que ellos puede conllevar si no se entiende de qué nos está informando ese resultado. Es evidente que para inferir causalidad es requisito tener una buena correlación.
Con respecto a la naturaleza filosófica del concepto de causalidad, precisamente me preguntaban en el apunte anterior al respecto y coincido al 100% contigo.
Con estos dos apuntes no pretendía ni mucho menos quitarle valor a las correlaciones (hay ciertos campos de estudio donde es imposible no tener otra cosa que correlaciones porque, por ejemplo, no podamos manipular a los sujetos de estudio). Trataba de explicar desde un punto de vista escéptico, los problemas que puede plantear la mala comprensión de las correlaciones.
Evidentemente esta mala comprensión es extensible, en general, a otras herramientas estadísticas. De hecho, posiblemente hablaré sobre ello para que no penséis que tengo algo en contra de las correlaciones (es broma).

Un saludo.

Pedro Garrido dijo...

Una cuestión interesante respecto a las correlaciones mal interpretadas se ve en el campo de la neuroimagen. Hace un par de años se publicó un trabajo que mostraba que muchas de las correlaciones que se mostraban esos estudios a veces ni siquiera eran reales, porque se utilizaban herramientas estadísticas que ayudaban bastante a establecer esa correlación. Por otro lado, esos trabajos sólo muestran que cuando alguien realza una determinada tarea (leer, tocar el piano, pensar en tu prima) se activan una serie de áreas cerebrales. Pero no dice nada más. El problema es que muchas veces a partir de esas correlaciones se establecen causalidades de lo más variadas, lo que ha dado lugar a todos esos campos neuro- (neuroética, neuromárketing, neuropolítica, etc) que personalmente no me parece que aporten demasiado al conocimiento mientras no sepamos un poco más sobre qué estamos midiendo realmente con esas técnicas (en algunos casos, por ejemplo, no podemos saber siquiera si lo que estamos midiendo es una activación o una inhibición de la región cerebral en cuestión). Por eso digo lo de ojito con la correlaciones.