Aunque rozamos ya el final de las nevadas y los tiempos de intenso frío, aún estamos a tiempo de comernos un majar propio de nuestras tierras, unos buenos judiones de la Granja o unas maravillosas fabes asturianas (cada cual que elija el caldo con que regarlas, pero un buen Ribera del Duero o una sidrita creo que son buenas opciones para cada uno de ellos). Sí, ya sé que esta manera de empezar un post no es la más ortodoxa, y menos aún, cuando se trata de unas comidas que acarrean un serio peligro olfativo posterior para nuestra compañía. Pero ¿quien puede resistirse a estos manjares?
No es de extrañar que a estas alturas, queridos lectores, penséis que estamos rozando la locura, al tratar temas gastronómicos en nuestro portal. La razón es bastante sencilla. Existe una conexión entre las judías y la malaria, y por descartar posibles opciones que os vengan a la cabeza, no es por eso del origen del término “malaria” como “mal aire”.
En la actualidad, existe un patrón de distribución curioso de una enfermedad conocida como la anemia falciforme. Esta enfermedad de origen genético, por simplificar diremos que, produce una anormalidad de los eritrocitos (glóbulos rojos) en las personas que lo sufren, lo que desencadena una deficiencia en su respiración. Pero, como otras muchas cosas no todo es malo, ya que esta enfermedad hace que los individuos que la sufren disminuyan su probabilidad de ser infectados por malaria. Ante este evaluación de costes/beneficios, no es de extrañar que donde existe malaria, existe una mayor abundancia de personas con esta enfermedad. La razón simplemente es que la malaria, una de las primeras causas de muerte en aquellas zonas donde es endémica, encuentra mayores facilidades para infectar aquellos individuos sin anemia falciforme. Y el resultado final, es un marcado solapamiento entre la ocurrencia de esta enfermedad y las zonas endémicas (o endémicas hasta épocas recientes) de malaria.
Pero volviendo al tema de nuestros orígenes de esta entrada, existen personas que no sólo sufren de los “costes” frecuentes de la ingestión de las habas, sino que tienen un problema añadido, padecen de favismo. Aunque pudiera resultar algo extraño no lo es, ya que existen cerca de 400 millones de personas que sufren esta enfermedad. El favismo es una deficiencia enzimática heredada de la síntesis de G6PD (Glucosa-6-fosfato deshidrogenasa). Esta enzima es una herramienta de defensa de los glóbulos rojos frente a los radicales libres, curiosamente unos “elementos” que se liberan en gran medida con el consumo de las habas. De este modo, los eritrocitos de aquellas personas con favismo, sufren por un consumo excesivo de habas. No obstante, lo curioso del tema va más allá y es que la deficiencia de la enzima G6PD supone un cierto impedimento para los parásitos de la malaria para infectar los glóbulos rojos. Esto hace que, como en el caso de la anemia falciforme, el favismo, presente una mayor frecuencia en aquellas áreas endémicas de malaria. Pero lo curioso del tema va más allá, y es que las habas, al liberar esos radicales libres en el torrente circulatorio de aquellos que las consumen, hacen que los eritrocitos de aquellas personas que no presentan favismo, sean un lugar menos propicio para ser infectados por malaria, suponiendo, a la postre, una cierta ventaja frente a la infección por este parásito mortal.
Así que ya lo saben, ante situaciones de riesgo, aparte de la profilaxis, siempre viene bien tomarse unas buenas judias y al terminar, un gin-tonic, por aquello de que la tónica tiene quinina…
Para saber más es muy recomendable la lectura de: Moalem y Prince. 2007. La ley del más débil. Ed. Ariel.